martes, 9 de abril de 2013

El Doctor Francia, algunos ilustres contemporáneos y la integración



El Doctor Francia, algunos ilustres contemporáneos y la integración


Hubo en la historia un momento en que toda la América española, por lo menos toda Sudamérica, pareció conmoverse y vivir en comunidad de visión y de sentido, y fue cuando se dieron la mano Bolívar y San Martín, en vísperas de Ayacucho” Unamuno



RASGOS BIOGRÁFICOS DE SIMÓN BOLÍVAR

La  ciudad  de Caracas tiene el honor de haber sido la cuna del Libertador Simón Bolívar, nacido el 21 de Julio de 1788, hijo de Juan Vicente Bolívar y Ponte y de María de la Concepción Palacios y Sojo, ambos de ilustre estirpe y elevada alcurnia. Para ubicar la época que le tocó vivir, es procedente señalar que Bolívar era una generación más joven que la de Napoleón  Bonaparte, el  duque de Wellington y Andrés Jackson presidente de los  Estados Unidos. Y eran sus contemporáneos Peel, Van Buren, Schubert, Bayron, Faraday, Shelley  y Lamennais. Fallecidos prematuramente sus padres, fue criado por la esclava Hipólita, como si fuera su verdadera madre.

Bolívar viajó a Europa en 1799 con don Simón Carreño, su tutor, quien le introdujo en la lectura de Voltaire, Rousseau, Helvecio, Hume, Spinoza y Hobbes. De este último, asimiló la idea de llevar una vida intensamente dinámica y en movimiento perpetuo. De paso, conoció México y Cuba, pasando a los Estados Unidos, desde donde cruzó el Atlántico. Le cupo en suerte lo de asistir a la coronación, en París, del emperador Napoleón. En Madrid contrajo matrimonio con una sobrina del marques del Toro, algo mayor que él, que lo dejó viudo dos años después, apenas cumplidos los 20 años de edad. Y nunca intentó volver a casarse, aconsejando la soltería a sus amigos. Ya por entonces era visto por Lord Byron como un héroe romántico.

Nombrado en su patria capitán de las milicias de los Valles de Aragua, éste fue el punto de partida de su rutilante vida militar, signada por una actividad febril. A la sazón, era Capitán General de Venezuela don Vicente de Emparán partidario de la elevación de José Bonaparte al trono de España, en perjuicio de la tradicional Casa de Borbón, postura que indignó a Bolívar, quien encabezó la revolución que estalló en Caracas el 19 de Abril de 1810. La flamante Junta Suprema le confirió el grado de Coronel y le encomendó la misión diplomática a Londres, para conseguir que Gran Bretaña no interviniera en los asuntos políticos de América Meridional. Tal fue su primer éxito en el ámbito internacional.

A su regreso a Caracas, concentró todas sus energías a la organización de los ejércitos  patriotas. Gracias a su notoria influencia, se suscribió el Acta de Independencia de Venezuela, en fecha 5 de Julio de 1811, enarbolando los principios filosóficos que  precedieron  a la Revolución Francesa. Perseguido a muerte por las tropas españolas, se refugió en Cartagena;  y en 1812, a orillas del río Magdalena, libró su primera batalla contra los peninsulares. Triunfante Bolívar en Cúcuta, los Taguanes y Araura, se reveló como el  prohombre llamado a liberar a América del yugo hispano. Un destino prematuramente adverso le deparó jornadas de infortunio en Cura, Urica y La Puerta, por causa de las cuales, Venezuela perdió su independencia.

Refugiado Bolívar en Nueva Granada, la mala suerte impidió que prestara sus servicios al Congreso General. Al producirse el asedio del general Morillo a la plaza de Cartagena, no tuvo otra alternativa que exiliarse en la isla de Jamaica, donde fue objeto de un atentado criminal que por poco pone fin a su existencia, viéndose obligado a viajar a los Cayos con trescientos hombres, renovando en Margarita la que sería su epopeya, que significó el final de la Revolución de Venezuela. Dirigió los combates, desde las montañas de Caracas, hasta la ribera del río Apure, y desde allí a los llanos de Casanaro, a las bocas del Orinoco.

A lo largo de aquella gesta, sus indómitos soldados se foguearon al máximo, venciendo en las batallas de Guayanas, Calabozo, El Sombrero y San Fernando, si bien sufriendo contrastes en la Puerta, Hogaza y Cumaná. En aquel lapso histórico, Nueva Granada conocía la terrible opresión de los “godos”. Llegó así uno de los momentos estelares de Bolívar, cuando superando a Anibal, atravesó enormes montañas, venciendo en Gameza, Vargas y Donza, prolegómenos del inmortal combate de Boyacá, que dio la Libertad a la actual Colombia. El Congreso de Angostura, compuesto por venezolanos y colombianos, proclamó la República Unida, el 17 de diciembre de 1817. Bolívar recibió el título de Padre de la Patria. Dirigióse entonces a los llanos de Carabobo, en donde postrado ante la soberanía nacional, juró solemnemente cumplir la Constitución de la República.

Acicateado por el dolor del pueblo ecuatoriano, y en la batalla de Bombona, incluye a Quito en el seno de la República; cruzó las montañas del Perú, venciendo a la naturaleza que obstruía su paso, con la barrera de los Andes, para liberar también a los hermanos peruanos. La por siempre feliz batalla de Ayacucho le abrió el camino de La Paz, capital de la actual República de Bolivia, que tomando este nombre, honró al Libertador, en agosto de 1820. Bolívar escaló el cerro de Potosí, en cuya cúspide izó las banderas de Colombia, Argentina, Chile  y Bolivia, ocasión memorable en que pronunció estas palabras:

“ La Gloria de haber conducido triunfantes los estandartes de la Libertad, hasta estas frías regiones, es superior a los inmensos tesoros que se hallan a nuestros pies”

Comprendiendo cabalmente la heterogeneidad de aquellos pueblos y sus particulares características, propuso Bolívar al Congreso de Angostura un proyecto de Constitución, dimitiendo a todos sus cargos. Pero la anarquía desatada entre las jóvenes Repúblicas, vino a  perturbar  su definitiva estructuración institucional.

Herido por la calumnia, que le atribuía el propósito de convertirse en dictador - algo que no pasó por su mente republicana y democrática - el Prócer entró en un período de agonía espiritual, que ensombreció sus años postreros. Gravemente enfermo, partió a Santa Marta, donde le sorprendió la muerte el 17 de diciembre de 1830, cuando aún mucho podía hacer, a favor de un venturoso desarrollo de América.


PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE BOLÍVAR
     
Si bien es cierto que en el pensamiento filosófico de Bolívar hay claras huellas de todos los que forjaron el clima espiritual que eclosionó en la Revolución Francesa de 1789, supera entre todos ellos, la concepción de Juan Jacobo Rousseau, con su teoría del Contrato Social y su condición de factor influyente en la doctrina republicana y democrática, que triunfó en la emancipación de las repúblicas latinoamericanas. Este pensador proclamó el principio de la soberanía nacional y popular, como base natural de la sociedad, dando a los derechos del hombre (hoy, derechos humanos) como emanación necesaria de nuestra propia naturaleza, obligándonos a que aceptemos la imposición suprema de nuestros deberes, considerados como la carga natural de nuestros derechos. Mediante Rousseau, por primera vez la humanidad vio que la política no es una serie de arbitrarios convencionalismos, sino el consorcio ineludible de la ciencia, formada por el conocimiento de la verdad, por la posesión de la moral y por el sentimiento profundo de la virtud. En este sentido, la obra de Rousseau fue decisiva en el surgimiento de un mundo nuevo.

            En Venezuela, asevera Paul Johnson[1], la retórica de la Revolución Francesa y el constitucionalismo de los norteamericanos, en acción conjunta, determinaron que el Congreso General del 1° de Julio de 1811, aprobase una “ Declaración de los Derechos del Pueblo”, que declaraba la soberanía popular como imprescriptible, inalienable e indivisible;  la libertad, la propiedad, la seguridad, la igualdad ante la ley, el carácter temporal de los cargos públicos y también la felicidad como meta de la sociedad. En este escenario apareció entonces un hombre, que estaba en perfectas condiciones de imponer dicha Declaración: Simón Bolívar tuvo el coraje y la iniciativa necesaria para atravesar los Andes con un ejército. Podía citar a Voltaire y usaba el lenguaje del idealismo político. En Londres conoció a personalidades como William Wilberforce y al educador Thomas Lancaster. Aprendió a utilizar la prensa y a influenciar a la opinión pública. Siempre sabía utilizar la idea del progreso.

            Tanto Bolívar como San Martín apreciaban que era necesario jugar la carta constitucionalista y democrática, para conquistar la opinión internacional. Bolívar adoptó actitudes respetuosas hacia las constituciones de Estados Unidos y Gran Bretaña, e incorporó fragmentos de las mismas en distintos planos. “Sin moral republicana – decía – no puede haber gobierno libre”. El primer caso oficial en el sentido de considerar que la independencia de las ex colonias era un hecho consumado, fue el 8 de marzo de 1822, cuando el presidente James Monroe envió al Congreso de los Estados  Unidos un mensaje, que proponía reconocer a las nuevas repúblicas. Poco después Castlereagh, primer ministro británico, aceptó las banderas de los nuevos países, a los fines comerciales.

A fines de diciembre de 1824, luego de la batalla de Ayacucho, el primer ministro Canning reconoció a Colombia, con lo cual desencadenó un proceso irreversible de aceptación de las nuevas repúblicas americanas, en el concierto mundial. El Congreso de Panamá, convocado por el Libertador, sentó los basamentos de los ideales bolivarianos.

            Con el transcurso del tiempo, todas las repúblicas latinoamericanas se fueron dando a sí mismas instituciones democráticas, al punto tal, que América ha sido llamada el continente de la Libertad. Así pues, desde el punto de vista histórico y político, los principios enunciados por Voltaire, Rousseau y los Enciclopedistas, y después por Emmanuel  Kant con su doctrina del Estado de Derecho, entraron a formar parte definitiva de nuestro hemisferio, gracias a las victorias alcanzadas por los conductores de los ejércitos de la independencia americana, entre las cuales, la hazaña imperecedera de Simón Bolívar se destaca con nítidos perfiles. Espiritualmente, el Libertador preside los destinos de las repúblicas latinoamericanas. El sistema republicano y democrático ha calado muy hondamente en la mente y en el corazón de los pueblos que integran la comunidad hemisférica, hasta llegar a ser teórica y prácticamente irreversible.


DOCTOR FRANCIA, DEFENSOR IRREDUCTIBLE DE NUESTRA INDEPENDENCIA.

            Cada República americana tiene bien definidos sus rasgos propios. En el caso del Paraguay, nuestra República debió enfrentar, de un lado, el confeso deseo de Buenos Aires, en el sentido de reconstruir el Virreinato del Río de la Plata, y por el lado del Brasil, una tendencia imperialista, orientada a absorber al pueblo paraguayo.

Frente a ambas potencias hegemónicas, en 1811 se alzó la voluntad independentista irreductible del Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. Ajustándose a aquella realidad, el Prócer no vaciló en instaurar una dictadura inspirada en el modelo de los antiguos romanos, cuyo origen popular le confería legalidad y legitimidad. Calificados Congresos Generales le otorgaron al Doctor Francia el título de Dictador de la República del Paraguay, con el cual ha pasado a la historia, en medio del unánime consenso nacional y popular, vigente en el pasado y consagrado en el presente, como defensor intransigente de la soberanía paraguaya. Para hacer realidad el cumplimiento de su mandato, el Doctor Francia tuvo que apelar, en ciertos casos, a medidas extremas. Éstas no pueden ser sometidas a un cuestionamiento crítico, con acuerdo a los cánones contemporáneos, sino que deben ser encuadrados en el marco histórico de la reciente República del Paraguay. Y entonces, el Doctor Francia alcanza su completa justificación en el contexto americano de la época.

            La anarquía, por ejemplo, frustró algunos planes magistrales, elaborados por el Libertador Simón Bolívar, inclusive una terrible injusticia de sus contemporáneos le condenó al ostracismo y si no demolió su obra verdaderamente genial, fue porque causas diversas influyeron para salvarla. Con pleno conocimiento de hechos tan infaustos, el Doctor Francia se negó, por circunstancias meramente coyunturales, a poner en peligro la Libertad e independencia de su patria. He aquí una expresión de su política básicamente realista, ajena a teorizaciones utópicas, muy al uso, en la época de la emancipación americana. A la anarquía, contrapuso el orden; y a las aventuras románticas, el juicio implacable de mantener a ultranza, también el principio de Rousseau, de hacer valer la soberanía nacional y popular, por encima de cualquier otra consideración reñida con la realidad. El propio Bolívar, ya hacia el final de su vida pletórica del más puro heroísmo, tuvo duras expresiones verbales y escritas, para condenar la anarquía. Este es un punto de coincidencia entre ambos próceres.

            Si se hubiese operado alguna acción militar española, para someter al Paraguay al extinguido colonialismo, el Doctor Francia habría luchado con fiereza similar a la de Bolívar, para rechazar al invasor extra continental. Del mismo modo que Bolívar organizó su ejército y dio sólido impulso a la educación popular, el Doctor Francia, venciendo la precariedad de medios, forjó una estructura castrense y educativa, acorde con los valores de la república democrática, puntos de coincidencia también entre el gran paraguayo y el noble venezolano. El porteño Belgrano recibió una lección inolvidable, que frenó durante mucho tiempo la temeraria ambición de Buenos Aires. Y las escuelas creadas en todo el país por el Doctor Francia, perduraron incólumes, hasta la guerra que nos trajo la triple alianza. Solo faltó la oportunidad, como la entrevista de Guayaquil, por ejemplo, para que ambos intransigentes americanos llegaran a un positivo entendimiento. De eso, no nos cabe la menor duda, porque ellos conjugaban los mismos valores, a nivel hemisférico.

Por consiguiente, bolivarianos y francistas representan dos términos de una misma relación. La apasionada defensa de la autodeterminación de los pueblos, el aborrecimiento al colonialismo y una común filosofía republicana y democrática, con su variedad de aplicación, de matices diferentes pero coincidentes en el fondo, que unen por la eternidad al Doctor Francia y a Bolívar. A la luz de esta interpretación hay valores similares en ellos, a saber, su identificación con las causas de la independencia americana más comprensiva, las coincidencias prevalecen sobre las discrepancias. Y desde esta óptica debemos visualizar los rasgos de ambos ilustres varones, aplicando el aforismo de que lo accesorio cede a lo principal.   

            Finalmente, la más profunda de las coincidencias entre el Doctor Francia y Simón Bolívar, las hallamos en las mismas fuentes de su formación filosófica y en la sistematización de sus respectivas praxis revolucionarias.

El prócer paraguayo admiraba a Galileo Galilei y a Renato Descartes y estudiaba con fruición las obras de Maquiavelo, Spinoza, Hobbes, Vanini, Voltaire, Rousseau y Montesquieu. Siendo estudiante en la Universidad de Córdoba, tanto José Gaspar de Francia como su compañero rioplatense Antonio de Ezquerrenea, eran sindicados como “muy adictos a doctrinas nuevas. Dios los libre que les caigan en las manos algunos libros de los Países Bajos o el Norte, y también los de algunos libertinos franceses”.[2] Además, era evidente la influencia en la juventud  americana de aquel tiempo, del pensamiento filosófico del siglo XVIII, “El Espíritu de las Leyes” de Mostesquieu y el “Contrato Social” de Rousseau, conformaron la ideología del futuro Doctor Francia, convicciones reforzadas con lecturas de Voltaire, Diderot, D´Alembert, Volney y otros célebres iluministas.

            Pero es en la célebre Nota del 20 de julio de 1811, dirigida por la Junta Superior Gubernativa del Paraguay, cuya autoría corresponde al Doctor Francia, a la Junta de Buenos Aires, donde apareció con entera fuerza y vigor la ideología de Rousseau:

“El hombre nace libre pero la inclinación a la felicidad le lleva mediante la concertación de un pacto a formar sociedades. Si cediendo su natural independencia crea jefes y magistrados y se somete a ellos es por su propia voluntad, ya que la autoridad radica permanentemente en el pueblo. Los derechos naturales del hombre son imprescriptibles, la fuerza puede sofocarlos, pero jamás extinguirlos. Reasumiendo (los pueblos de América) sus derechos primitivos se hallan todos en igualdad de condiciones y corresponde a todos velar por su propia conservación...

El Paraguay... debe establecer su nuevo régimen y forma de gobierno y fijar  sus relaciones con Buenos Aires y demás provincias adheridas”. [3]

Como puede apreciarse, el discurso del Doctor Francia y el del Libertador Simón Bolívar, más que similares, son idénticos. La única diferencia radica en que la nombradía mundial del segundo, influye para que muchos, poco informados o totalmente desinformados, soslayen al Doctor Francia. Queda suficientemente demostrada así, la fraternidad doctrinaria entre estos dos eminentes americanos, que enunciaron cada uno en su estilo y circunstancia, los ideales de la Independencia de América.


BOLÍVAR Y SUCRE

            Antonio José de Sucre nació en Cumaná (Venezuela) en 1793 y halló la muerte en la montaña de Berruecos, provincia de Pasto, Ecuador, el 4 de julio de 1830, habiendo figurado ya en 1810 en las filas revolucionarias del Precursor, General Miranda. Con el grado de Teniente Coronel al mando de Nariño y luego de la entrada de Bolívar en Caracas (7 de agosto de 1813), se unió a él. Combatió con brillo en la campaña independentista americana, desde sus inicios, hasta el triunfo decisivo de Ayacucho (6 de agosto de 1824)  que aseguró para siempre en América la libertad frente a todo tipo de colonialismo. Todo el ejército español, con el Virrey La Serna y los mariscales hispanos Canterac, Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, más 63 tenientes coroneles, 484 mayores y demás oficiales y 3.000 soldados, quedaron rendidos frente a la hazaña de Sucre. Proclamado Libertador del Alto Perú, sucedió a Bolívar.

Herido en el brazo, tras un motín producido en Chuquisaca, renunció el 4 de mayo de 1828 a todos sus altos puestos y regresó a su patria. Verdadero ejemplo de idealismo y desinterés americanista.

Sus últimas palabras pronunciadas al alejarse de la República de Bolivia, puntualizaban  lo siguiente:

“ Aún pediré otro premio a la nación entera y a sus administradores. El de no destruir la obra de mi creación; de conservar por encima de todos los peligros la independencia de Bolivia, y de preferir todas las desgracias y la muerte misma de sus hijos, antes que perder la soberanía de la República, que proclamaron los pueblos y obtuvieron en recompensa de sus generosos sacrificios en la revolución”. [4]

En Bogotá, Sucre fue invitado a Quito, para recibir la presidencia de la República del Ecuador, reclamo de los patriotas ecuatorianos, que querían honrar así al héroe de Ayacucho, pero en Pasto fue asesinado por enemigos políticos, santificando su vida con el martirio. Pero su gloria inmortal consistió en haber abatido el poder español en la batalla de Ayacucho, que como ya se ha indicado, selló la independencia americana. Por eso Sucre figura legítimamente y con honor, en la galería de los próceres de América.

            A propósito de la cruzada independentista, ciertos historiadores de mala fe, imputan falsamente al Paraguay el hecho supuesto de su ausencia en la guerra de emancipación americana. Esto es, pues, una ocasión propicia, para poner las cosas en su lugar. Un paraguayo de actuación sobresaliente en aquella epopeya, fue el Coronel José Félix Bogado, cuyo decreto de ascenso a dicho grado, dice así:

“REPÚBLICA PERUANA. Simón Bolívar. Presidente de la República de Colombia, Libertador del Perú y Encargado del Supremo mando de ella, atendiendo a los méritos y servicios de D. José Félix Bogado, teniente coronel de Caballería, he venido a ascenderle a Coronel efectivo de la misma arma. Por tanto, ordeno y mando que le hagan y reconozcan por tal, guardándosele y haciéndosele guardar todas las distinciones y preeminencias que por este título le corresponde.
Para lo que le hice expedir el presente decreto, firmado por mí, sellado con el sello provisional de la República y refrendado por el Ministro General, del que se tomará razón donde corresponda.
Dado en el Cuartel General Libertador de Arequipa, el 9 de julio de 1825, 6° de la Independencia y 4° de la República. FDO: SIMÓN BOLÍVAR, José G. Pérez”.

Por su parte, la prensa norteña, al arribar a Buenos Aires el Coronel José Félix Bogado, lo saludó con estos elevados conceptos:

“Tenemos el honor de haber recibido los restos del Ejército de los Andes, conducidos desde el Perú por el Coronel de Granaderos a Caballo, D. José Félix Bogado.

Cerca de nueve años han pasado desde que estos valientes marcharon a libertar a Chile. En este largo período se pueden contar los días de gloria que han dado a la patria, por las veces que se han batido con nuestros enemigos.

Nuestra gratitud será siempre demostrada a estos viejos soldados de la Libertad, con las más tiernas efusiones de nuestros corazones. Eternamente  llenaremos de bendiciones a los héroes de Chacabuco y Maipú; sí, a esos que han conducido al triunfo hasta Quito y que han sabido derramar su sangre por la libertad de la patria en Junín y Ayacucho. Nosotros, al verles, siempre diremos con admiración: He aquí a los que sellaron con su sangre y sus espadas la libertad de la patria y sus nombres irán de padres a hijos, de generación en generación”. [5]

Este guerrero paraguayo nació en la jurisdicción de Villa Rica en fecha imprecisa y falleció en 1830. Asimismo, hay datos de tres jefes militares paraguayos que pertenecieron al Ejército Libertador, ellos fueron los coroneles Patricio Maciel, Ramón Díaz  y José María Rivera. También se distinguieron en aquellas jornadas los capitanes paraguayos Vicente Suárez y Patricio Oviedo. También el sargento Mariño se distinguió en Chacabuco. Finalmente, hay documentos que prueban la reclusión de numerosos soldados paraguayos en los calabozos de los españoles de “EL CALLAO”.  Estos héroes llevaron la representación de nuestra patria en la cruzada redentora, contra el colonialismo hispano. El Paraguay, en consecuencia, no estuvo ausente. Tuvo  tan sólo que defender sus fronteras, amenazadas por enemigos abiertos y encubiertos. Queda así explicado el tema.

La consigna dictada por el Doctor Francia a los Funcionarios civiles y militares de su gobierno, era la siguiente: “ JAMÁS SE DEBE CREER A LOS EUROPEOS, NI FIARSE DE ELLOS, DE CUALQUIER NACIÓN QUE SEAN”. ¿Cuál era el fundamento de esta orden suprema?

El gobernante paraguayo sabía perfectamente que las potencias europeas en general, y las vinculadas con la denominada “Santa Alianza” en particular, elaboraban planes de todo orden, incluyendo “La reconquista” de América, en beneficio del colonialismo siempre presente en el Viejo Mundo. Como adelantados de la eventual “reconquista”, venían cotizados sabios que, so pretexto de estudiar la flora la fauna y los aspectos geográficos del suelo americano, eran en realidad “espías” de aquellos gobiernos interesados  en volver a apropiarse del Nuevo Continente. En este contexto, el señor Bonpland, francés al servicio de los intereses de su patria, cayó en las redes de la maquinaria paraguaya de seguridad. No se trataba de un caso aislado, pues, simultáneamente, otros connotados europeos se infiltraron en distintos países de América, como por ejemplo, Platt en Venezuela, Chasseriau en Colombia, el teniente Samoel  en México y Chertillón y Lasabe en Panamá. Al Río de la Plata fueron designados como naturalistas Bonpland, Grandsir y el oficial de Cazadores a caballo Pedro Saguier. Semejante turba, necesariamente debía llamar la atención al Doctor Francia. Pero Bonpland abusando de su posición, resolvió instalarse en Santa Ana, donde organizó un proyecto colonizador, cuya zona estaba en disputa entre el Paraguay y el gobierno de la Argentina.

Numerosas gestiones que vamos a detallar, se desarrollaron para conseguir el regreso de Bonpland, arrestado por disposición del Supremo. A la sazón se comentaba que el Libertador Bolívar y su lugarteniente el mariscal Sucre, inclusive alentaron el proyecto de invadir el Paraguay, para  rescatar al naturalista francés. Parece ser que circunstancias imprevistas impidieron que Bolívar y Sucre consumaran aquel despropósito. Ahora daremos detalles del problema.



                                                                                                             
EL DOCTOR FRANCIA Y AIME BONPLAND

Bonpland comenzó sus trabajos, juntamente con Humboldt, en Venezuela, donde se hizo muy amigo de Bolívar, antes de regresar a Europa para rendir sus informes. Por amistosa insistencia del Libertador, Bonpland hizo un segundo viaje a nuestro continente, desembarcando en Buenos Aires el 1° de febrero de 1817, de allí se dirige a Entre Ríos, donde entra en acuerdos con el caudillo provincial coronel Francisco Ramírez, enemigo declarado del Doctor Francia, contra quien intentó efectuar trabajos conspiratorios. Lógicamente, el gobernante paraguayo entró en sospechas sobre las andanzas del francés. De Entre Ríos, pasó a Corrientes, terminando por instalarse en las Misiones, en marzo de 1821, justamente cuando el Doctor Francia había abortado la gran conspiración del año anterior. E incurre en la ligereza de elaborar yerba mate, en las puertas  de Itapúa. En forma irreflexiva, Bonpland creaba una base, que podría ser utilizada para invadir el Paraguay. El Doctor Francia debió haber montado en cólera.

Tanto fue así, que el historiador Chávez[6] escribe: “El dictador Francia se entera de la formación de la colonia (por Bonpland) y se indigna. Ha establecido en territorio paraguayo, sin autorización de ningún género, la mentada colonia. Dicho establecimiento, en las puertas de Itapúa, servía admirablemente como base para una invasión. Bonpland está ligado con sus enemigos, con Francisco Ramírez  o con el caudillo antigüista Nicolás Aripi, que tiene muchas cuentas que saldar con la República. No. No puede permitir la instalación de esa base en territorio nacional... Ordena el Doctor Francia  la destrucción de la colonia.

Tropas paraguayas cruzan el Paraná en la noche del 8 de diciembre de 1821... “ para desbaratar aquella intrusa horda de indios vagos, ladrones y alborotadores, en cuya derrota cayó prisionero entre otros, su embajador Bonpland... Bonpland levemente herido en la cabeza es hecho prisionero... y por ahora quedan en los pueblos de Sta. Rosa o Sta. María, hasta nueva orden”. Bonpland quedará internado diez años en el Paraguay, en una propiedad cedida por el Supremo donde podrá dedicarse a tareas rurales y a vivir dignamente.

Gobernantes y personajes de todo el mundo, piden la libertad de Bonpland, entre ellos, la emperatriz Josefina (consorte de Napoleón), el emperador Pedro I del Brasil, el vizconde de Chateaubriand, el gobierno inglés, Bolívar y Sucre. El delegado de Gobierno de Itapúa expone las causales, que determinan la demora de Bonpland. Los peticionantes siguen ideas contrarias a los principios republicanos; el duque de Angulema acaba de ofrecer sus servicios para subyugar al frente de un ejército, a las repúblicas americanas; se ignora los resultados del Congreso de la Santa Alianza, reunido en Verona; se conoce el espionaje realizado en México, por Schmaltz y De la Motta; Saguier y Bonpland han tenido una conducta irregular en el Paraguay; y el Supremo denuncia a la escuadra de guerra de la marina francesa, fondeada en Río de Janeiro, que alienta planes contra la independencia de las repúblicas americanas. El Doctor Francia demuestra estar muy bien informado de las intrigas y maniobras de las cortes imperiales y reales de Europa. Como negociador, se presenta en Itapúa Juan Esteban Ricardo de Grandsir, con credenciales del Instituto de Francia, el 17 de agosto de 1824, quien queda arrestado e incomunicado en un cuarto del Colegio de aquella localidad. El Supremo hace preguntar a Grandsir, si no tiene pliegos de su gobierno, para él. Como no los tiene, sentencia que Grandsir es “un vulgar charlatán, sin autorización de su Gobierno para entablar una  negociación seria”. El 13 de setiembre, Grandsir es expulsado del Paraguay.

Este emisario se pone de inmediato en contacto con el Ministro de Relaciones del Gobierno Francés, barón de Damas, y sugiere que lo que el Doctor Francia busca, reteniendo a Bonpland es aproximarse diplomáticamente a las potencias europeas. El Canciller rechaza la tácita propuesta de Grandsir, porque el Rey no quiere saber nada de reconocer a las repúblicas americanas y porque además, el Paraguay es un país desconocido. La típica arrogancia de las monarquías contribuye a prolongar el confinamiento de Bonpland, que entre otras ventajas, se estaba haciendo rico en el país, gracias a varios emprendimientos económicos, entre ellos, una fábrica de Licores de alto rendimiento. El ya citado Chávez comenta lo que sigue:

“Cuenta el deán Funes en una comunicación a Bolívar, que el Cónsul británico concibió el laudable propósito de escribir al Gobierno Paraguayo, para interesarse en Bonpland. El Cónsul Parish sufrió un desaire, pues la carta le fue devuelta, cerrada y sin respuesta”.[7] 

Simón Bolívar tenía en gran estima a Bonpland; tanto es así que reflexionó sobre las posibilidades de atacar al Paraguay, para obtener “manu militari” la liberación del naturalista francés, al carecer de una respuesta satisfactoria del Doctor Francia, en el servicio indicado, Sucre participó en la discusión sobre tan espinoso problema, El deán Funes, tenido por agente de Bolívar en Buenos Aires, en carta al vicepresidente de Colombia, Francisco de Paula Santander, le planteaba esta opción:

“La provincia del Paraguay está ocupada por un tal Francia, que la tiene perfectamente cerrada catorce años ha. No pertenece a nadie ni tiene gobierno, sino un tirano que es un enemigo virtual de todo el mundo, porque con nadie trata y a todos persigue; el que allí entra, jamás sale. Así es que al pobre Bonpland, compañero de Humboldt, lo tiene preso.
El Paraguay está más cerca de Charcas que de Buenos Aires, y, por lo tanto es más fácil conquistarlo con las tropas del Alto Perú, que con las de Buenos Aires”.

La “solución militar” no fue aceptada por Bolívar. En cambio Sucre, a la sazón Presidente de Bolivia, envió a través del Chaco, al teniente Luis Ruiz, pidiendo la libertad de Bonpland. Ruíz era ayudante del gobernador de Santa Cruz, general José Miguel de Velasco. Contribuyó decisivamente a favor de esta gestión diplomática, la presencia de la esposa del demorado en Santa Rosa de las Misiones, madame Adelina de Bonpland, dama que cultivó a fondo amistad con Sucre, logrando su propósito. Por sentirse objeto de un trato insultante, el Supremo ordenó a la autoridad de fuerte Olimpo, la inmediata expulsión del teniente Ruiz y comitiva. Probablemente al enterarse de semejante desaire, Sucre volvió a considerar la “solución militar”, la cual, postergada por causas fortuitas, no se materializó nunca. Y esto último, felizmente para Sucre, ya que semejante invasión hubiera terminado en un tremendo fracaso. El pueblo paraguayo no iba aceptar jamás dicho ultraje a su soberanía. Y mucho menos su gobernante, el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia.

De acuerdo a la documentación existente, el señor Bonpland en Santa María de las Misiones, donde tuvo que afincarse durante largos años, llevaba una existencia privilegiada. En materia de agricultura, cultivaba algodón, caña de azúcar, yerba mate, patatas, vid, guayaba, naranjas y citrus varios.

Se convirtió también en ganadero, en posesión de abundante ganado vacuno y caballar. Implementó una planta industrial alcoholera, con producción anexa de licores, jarabes y dulces. Dispuso también de un taller de carpintería, herrería y cerrajería, con cincuenta trabajadores a sus órdenes. Semanalmente viajaba a Itapúa  para colocar a muy buen precio sus productos, utilizando al efecto un local alquilado como depósito para sus mercancías. Regenteaba un hospital, ejerciendo la profesión de médico y la de farmacéutico.

 En pocas palabras, era un hombre acaudalado, muy por encima del nivel medio de la población. Incluso se insinuaba que no le faltaban amores y amoríos. Tiempo después, muchos hacían gala de su paternidad. Poco a poco, cesaron las presiones exteriores, para obtener su libertad.

Entonces, el Doctor Francia, por su propia voluntad y sin someterse a exigencia alguna, adoptó medidas concretas, para que Bonpland asuma su porvenir, con entera libertad. Al efecto, escribió al Delegado de Misiones: 

“Hace tiempo que tengo detenido en el Departamento de Misiones a un francés llamado Bonpland, q´ cayó prisionero en la persecución de los indios de la otra banda. Considero q´ con la detención en que se le ha tenido, habrá quedado escarmentado del procedimiento insultante y menospreciativo, con q´ se condujo acompañado del Indio caudillo de bandidos Nicolás Aripi, cuando vino a apoderarse de territorios y yerbales que nos pertenecen a los paraguayos... Como además he sabido que es casado, he tenido a bien permitirle se vaya del Paraguay... En esta inteligencia, no pongas embarazo alguno a su pasaje con sus trastes...”.[8]

Pocos días después, el Supremo reiteraba la orden y daba instrucciones respecto del modo como debía ser tratado Bonpland:

“No quiero ni conviene que deje cosa alguna en el Paraguay, para que no tenga pretexto de ir a fingir a su País de que se le ha hecho retirar sin llevar todos sus efectos y que tampoco tenga motivo de volver de espía, él, o algún otro de los suyos, por razón de lo que ha dejado, porque son gente de mala fe que andan con segundas intenciones y sólo vienen a engañar como intentó anteriormente su compañero Grandsir, que por introducirse a hablar con él y reconocer todo el Paraguay, vino con disparatados embustes y ficciones; ya sabiendo quien era, lo hice luego despedir y expulsar del Pueblo”.[9]

            Pero tan bien y contento se hallaba Bonpland, que se quedó un año y medio más en Itapúa, liquidando sus cuantiosos bienes. Recién el 8 de febrero de 1831 cruzó el caudaloso río Paraná. A la hora de la despedida, Bonpland y Ortellado, el Delegado Paraguayo que lo custodió durante mucho tiempo,  “se abrazaron y lloraron juntos, cuando llegó la hora de la separación”.[10] Y curiosamente, el Supremo tampoco lo olvidó, como se demuestra en este pliego:
“Preguntar a Rego si Bonpland está siempre en San Borja y si su botica está bien provista de todo, para poder encargarle algún remedio”.[11]

            Tal fue el final del “terrible cautiverio” de Bonpland en tierra paraguaya, curiosamente, al internarse en territorio argentino, fue asaltado y robado en gran escala. Añorando los buenos días felices pasados en nuestra patria, se cuenta que Bonpland exclamó: “Se ve que no estamos en el Paraguay”. Nunca olvidó las atenciones que recibió de parte del Doctor Francia y la hospitalidad sincera del pueblo paraguayo. Y pensar que estuvo cerca de organizarse una invasión militar en toda la regla, “ para liberarle de las mazmorras del Dictador”. Hubiera sido magnífico que Bolívar y Sucre tuvieran pleno conocimiento de la verdad. Cuantos errores genera la desinformación.


BOLÍVAR SUGIERE A FRANCIA EL ABANDONO DE SU AISLAMIENTO

            Nos cuenta Roberto A. Romero[12] que poco después de Ayacucho, el Libertador Simón Bolívar escribió al Dr. Francia invitándole para que pusiera termino al sistema de aislamiento, proponiéndole que uno y otro gobierno acreditase sus agentes diplomáticos respectivos para afianzar esa relación en unión con los demás Estados Americanos.

Francia contestó ese Oficio de Bolívar en los términos siguientes:

PATRICIO: los portugueses, porteños, ingleses, chilenos, brasileros y peruanos han manifestado a este gobierno iguales deseos a los de Colombia, sin otro resultado que la confirmación del principio sobre que gira el feliz régimen que ha liberado de la rapiña, y de otros males a esta provincia y que seguirá constante, hasta que se restituya al Nuevo Mundo la tranquilidad que disfrutaba antes que en él apareciesen apóstoles revolucionarios, cubriendo con el ramo de olivo el pérfido puñal para regar con sangre la libertad que los ambiciosos pregonan; pero el Paraguay los conoce, y en cuanto pueda no abandonará su sistema, al menos en cuanto yo me halle enfrente de su gobierno, aunque sea preciso empuñar la espada de la justicia para hacer respetar tan santos fines: y si Colombia me ayudare, ella me daría un día de placer, y repartiría con el mayor agrado mis esfuerzos entre sus buenos hijos, cuya vida deseo que Dios nuestro Señor guarde muchos años. Asunción 23 de agosto de 1825. JOSE GASPAR FRANCIA.” A.J.C.[13]


CONCLUSIONES GENERALES

Si bien el propósito esencial de este trabajo no es el de establecer un estudio comparativo entre Simón Bolívar y el Doctor Francia, hay ciertos hechos que deberían ser puntualizados, a los efectos de una mejor comprensión del tema. Con toda la información elaborada anteriormente es más fácil ubicarse en el tiempo en que Bolívar plantea su proyecto de integración y entender las causas que lo llevaron al fracaso, que dicho sea de paso, subsisten hasta hoy, ya que es evidente que en América Latina la integración todavía no es un hecho. Aunque no por eso hay que descartar los numerosos intentos, como el del libertador, y de otros grandes de la historia, que citaremos a continuación.

A modo de reflexión podemos empezar distinguiendo el proceso de integración en la América del Norte y en la América Latina; que fueron totalmente opuestos ya que en la primera, la integración fue espontánea conformándose así una sola unidad política y económica que se llamó Estados Unidos, lo cual fue un factor fundamental en su progreso integral.

En la segunda, el proceso fue todo lo contrario. Al independizarse las colonias hispanas se fragmentaron en más de veinte pedazos, convirtiéndose en estados separados no pocas veces rivales. Lo cual fue un hecho contraproducente, ya que nos sumió al subdesarrollo en que hasta hoy vivimos. Sin embargo existieron estadistas y visionarios que plantearon dicha unión y embarcaron su heroico trajinar a tal efecto.

En este caso es Bolívar quien en 1824 había convocado a un Congreso de Estados Americanos en Panamá con el objetivo de resolver la unidad de las naciones hispanoamericanas. En la famosa Carta de Jamaica se encuentran las bases de dicho proyecto, en donde sostiene que “es una idea grandiosa pretender formar en todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían tener por consiguiente un solo gobierno que confederase los diversos estados que hayan de formarse”.

No hay duda de la excelencia de los resultados y la proyección de dicho proyecto, pero la realidad era otra y no aceptaba tal conveniente suceso. De esta manera, como dice el Prof. Horacio Lebrón, el proyecto más genial y visionario de Bolívar resultó su más completo fracaso político.

Tampoco hay que olvidar a José Gervasio Artigas con su proyecto federativo que incluía a las provincias de Paraguay, Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Uruguay y Río Grande do Sul. Lo cual demostraba una clara idea de la doctrina de equilibrio del Río de la Plata, doctrina esta que más tarde fue defendida a ultranza por los López. En fin, su plan no resultó. Artigas traicionado y caído en desgracia fue asilado en la pacifica Republica del Paraguay en donde falleció.

Podemos citar también a Juan Domingo Perón y su idea de conformar una América Latina integrada con Argentina, Brasil y Chile a la cabeza. Sus intenciones eran brillantes pero el plan tampoco resultó.

Entre otros intentos, que tampoco resultaron están la ALALC[14] integrada por Argentina, Brasil, Méjico, Paraguay, Perú y Uruguay, y luego se adhirieron Colombia, Chile y Ecuador.

La ALADI[15] creada por el tratado de Montevideo de 1980, pero nuevamente la inclusión y regulación de los aspectos legales habían quedado omitidos y postergados. Y hoy tenemos al MERCOSUR[16], que poco o nada beneficia al Paraguay.

Con esta breve revisión no podemos más que entresacar que los procesos de integración han fallado. Y que el camino que el Paraguay de Francia eligió fue el mejor en su momento por que hasta Bolívar le da la razón cuando escribe en la carta de Jamaica “que los climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos y caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Pero que bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corintio para los griegos!...”  Lo que decía el libertador es una constante histórica que hasta hoy y por mucho tiempo más será un factor negativo determinante en la proyección hacia una América unida. Mientras las situaciones adversas, intereses contrarios y la falta de voluntad de los pueblos perduren, la integración será un proyecto y nada más.

El Paraguay mediante su política, que a algunos no agradaba, logro ubicarse como una de las naciones más progresistas de América a comienzos del 1860, hecho que fue destruido por la Triple Alianza. Paraguay en un comienzo no abrazó la idea confederativa por el clima caótico de las nuevas naciones, sin embargo lo deseaba, pero basándose en la igualdad de los estados. Lo cual era imposible para las intenciones hegemónicas de Brasil y Buenos Aires, como también para la anarquía reinante en las demás provincias.

Entonces hay que entender que el Paraguay tenia tanto enemigos materiales (el imperio de Brasil, Buenos Aires y España) como también un enemigo circunstancial que era el caos, el desorden y la anarquía imperante a su alrededor. Tal es así que tuvo la invasión de Belgrano, la amenaza de Artigas, luego de Ramírez quien traicionaba al prócer oriental, de Bolívar, Sucre y Santander por Bonpland entre otros. ¿Cómo podía integrarse entonces una débil y precaria Republica a este concierto desastroso? ¿Acaso le hubiera ido mejor si integraba estas luchas fratricidas?

Vuelvo a repetir; el Dr. Francia, reflejo de la voluntad colectiva del pueblo paraguayo, encaminó la nación por rumbos seguros y pacíficos, por ideales de justicia y fraternidad sacrificados luego por dignidad en Cerro Corá.

Y en cuanto a los héroes, Bolívar, Sucre, San Martín, y el Dr. Francia, para no extendernos en enumeraciones interminables, fueron seres humanos. Y como tales, pasibles de aciertos y errores. Si bien los aciertos honran a sus protagonistas, los errores no descalifican a nadie, porque sólo Dios es perfecto. Tal es la verdadera dimensión de la condición humana. ¿Cuál debe ser nuestra postura? Celebrar los aciertos e intentar explicarnos los errores. Es lo que corresponde a personas que aspiran a ser cultas y civilizadas. Que nuestros próceres integren, pues, la constelación de quienes forjaron la historia y sean respetados por la pasión, equivocada o no, que pusieron en el logro del bien común.


Autor: Leandro José Prieto Ruíz.-


[1] JOHNSON, PAUL. “El Nacimiento del Mundo Moderno”
[2] Apuntes del Rector de la Universidad de Córdoba, Pedro Guittian, en el “Libro privado en que se apunta el ingreso y salida de los Colegiales”, citado por Enrique Martínez Paz en su obra “La vida en el Colegio Real de Nuestra Señora de Montserrat, Reglas y Constituciones”).
[3] Resumen del texto de la nota del 20 de julio de 1811, redactada de puño y letra por el vocal Doctor Francia. Archivo Nacional de Asunción.

[4] Archivo histórico de Bolivia.
[5] “La Gaceta Mercantil” de Buenos Aires, del 17 de enero de 1826.
[6] Chávez, Julio César. “El supremo Dictador”.
[7] J.C. Chávez, ob.cit.
[8] Francia al Delegado de Misiones, 10 de mayo de 1829
[9] Francia al mismo funcionario anterior, el 20 de mayo de 1829.
[10] Brunel, “Biografía de Bonpland”
[11] Francia al Delegado de Itapúa, 13 de marzo de 1839.
[12] Romero, Roberto A. El Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. Ideólogo de la Independencia del Paraguay.
[13] REVISTA DEL PARAGUAY- Año 2- Buenos Aires, Marzo de 1892. Nº 3

[14] Asociación Latino Americana de Libre Comercio
[15] Asociación Latinoamericana de Integración
[16] Mercado Común del Sur

lunes, 8 de abril de 2013

Republicanismo. Una teoria sobre la libertad y el gobierno.



Republicanismo

Una teoría sobre la libertad y el gobierno (1997).

Resumen interpretativo.

Presentación


            Con este sugestivo titulo, Philip Pettit, profesor de Teoría Social y Política en la Research School of Social Science, de la Australian National University, en Canberra, y de Filosofía en la Columbia University de Nueva York, publicó en el año 1997 un libro que trata acerca de lo que es el republicanismo  en sí mismo, y en comparación con otras posiciones, como el liberalismo, el anticolectivismo y el antiatomismo, todos ellos, grandes temas de debate.

         Presentar este breve resumen, del citado libro del profesor Pettit, para ponerlo a conocimiento de todos, en su parte sustantiva no fue tarea fácil. Es desde luego, un compromiso ineludible, tratar de acercarse lo objetivamente posible al pensamiento del autor, a fin de acceder a través de él, a una moderna interpretación de las grandes tesis políticas y sociales, que emergían a finales del siglo XX y que hoy siguen desarrollándose.

         En el entendimiento que obrando así, se podrá contribuir al enriquecimiento cultural de todos los ciudadanos se ha elaborado este trabajo.


Resumen de la Introducción a la obra citada.

Este autor explica que el desarrolla  una postura critica, en primer lugar, contra la filosofía  social del colectivismo, porque rechaza la idea  de que los individuos son meros juguetes de fuerzas  sociales agregadas, meros números en un juego de azar histórico, peones en marcha hacia un destino histórico.

En segundo lugar, hace lo propio en contra de la tesis atomista, porque la noción del individuo solitario es ilusoria; las personas dependen unas de otras, a través de más de un nexo causal, incluso para su misma capacidad de pensar; son esencialmente, criaturas sociales.

Así, ya de entrada, arremete contra dos posturas, descalificándolas con palabras sencillas, al alcance de todo público, sea del nivel cultural y académico que fuere.

Pero con todo, el profesor Pettit profundiza su pensamiento sociopolítico, anticipándose que entre otros objetivos, su libro intentará establecer “la diferencia entre republicanismo y liberalismo”, como necesidad impostergable, como se dice corrientemente, para poner las cosas en su lugar. Y por este camino nos conduce a esta aseveración:

“Yo descubrí el republicanismo en un trabajo sobre Derecho Penal e ideales políticos, en particular el ideal de libertad”, en dicha circunstancia  descubrió la diferencia entre republicanismo y liberalismo, mediante un análisis histórico, político y sociológico.

“Los republicanos tradicionales, dice Pettit, concibieron la libertad cuando arguyeron que su antónimo, su opuesto, era la esclavitud y que hay una enorme diferencia entre escaparse de todo interferencia arbitraria y ser más o menos invulnerable a dicha interferencia”  Este enfoque presenta así la libertad como no-dominación: como una condición en la cual la persona es más o menos inmune a las interferencias arbitrarias. En suma, los republicanos consideran que la esclavitud o la sumisión es un gran mal y que hay que impedir que una persona quede maniatada a la voluntad arbitraria de otro. Tal fue el aspecto del republicanismo, desde sus inicios, coincidentes con las Revoluciones  Americana y Francesa.

La tradición republicana no es intrínsecamente populista  ni es tampoco particularmente comunitaria. La tradición republicana comparte con el liberalismo  el presupuesto de que es posible organizar  un estado y una sociedad civil viables, sobre bases que trascienden a divisiones de tipos religiosos y afines. En esa medida, muchos liberales harán suya esa tradición republicana. Pero en las dos ultimas centurias de su desarrollo, el liberalismo ha venido siendo asociado con la concepción negativa de la libertad, como ausencia de interferencia y con el presupuesto de que no hay nada inherentemente opresivo en el hecho de que algunos tengan poder de dominación sobre otros, siempre que no ejerzan ese poder ni sea probable que lleguen a ejercerlo.

Esa relativa indiferencia al poder o a la dominación ha vuelto al liberalismo tolerante respecto de muchas relaciones: en el hogar, en el puesto de trabajo, en el electorado y en otros sitios, que el republicanismo esta obligado a denunciar como perniciosos ejemplos de dominación  y falta de libertad. Lo que ha venido a significar que si mucho liberales se preocupan de la pobreza, de la ignorancia, de la inseguridad, etc., lo hacen por lo común, movidos por compromisos independientes a su relación con la libertad como no-interferencia.   ( por un compromiso con la satisfacción de las necesidades básicas, o con la realización de una cierta igualdad entre la gente, pongamos como ejemplo)

El liberalismo.

El liberalismo, según la construcción de Pettit, es una iglesia muy grande. Pienso que los liberales entienden la libertad como no-interferencia.

“Yo distingo, dice este autor, entre liberales a la izquierda del centro, que subrayan la necesidad de hacer efectivo el valor de la libertad como no-interferencia (algo más que un valor formal) o que hacen suyos valores como el de la igualdad o el de la eliminación de la pobreza, añadiéndole el valor de la no-interferencia; y liberales a la derecha del centro, vale decir,  libertarianos, quienes piensan que basta con garantizar la no-interferencia, entendida como algo formal, jurídico. Pero no se puede pasar por ato que muchos liberales de izquierda se sentirían incómodos con esta forma de encasillarlos. Ellos entienden su liberalismo más cerca de la posición republicana que de la libertariana; y probablemente estarían dispuestos a abandonar la taxonomia populismo, republicanismo y liberalismo a favor de una alternativa taxonómica  del estilo populismo, republicanismo, liberalismo y libertarianismo”.

Para Pettit, esto último tiene una ventaja, pues mientras la imagen populista del estado representa al pueblo como amo y al estado como siervo, a imagen republicana pinta al pueblo como fideicomitente y al estado como fiduciario. Los liberales de izquierda aceptarían también muy probablemente esa imagen de fideicomitente-fiduciario, y experimentarían un indudable atractivo de esa taxonomia alternativa, que permita vincular al libertarianismo como una tercera imagen de la relación entre pueblo y estado.

Quienes se entienden así mismos como libertarianos, tienden a pensar que el pueblo es un agregado de individuos atomizados, un agradado sin identidad colectiva, y a presentar al estado como algo que, idealmente, no debería ser si no un aparato al servicio de los individuos ocupados en perseguir sus propios y atomizados propósitos. El modelo no es el del amo y el siervo, ni del fideicomitente y el fiduciario, si no el de un agregado de individuos y un aparato apto para garantizar  la satisfacción individual de aquellos. Para los amantes de taxonomias que ahonden en varias dimensiones, lo más usual sería  o podría ser, populista, republicano/liberal y libertario por otra parte.

Presentación de liberalismo

Para Pettit, la mejor presentación del liberalismo es hacerlo parecer como una gran iglesia que abarca al liberalismo de izquierda y al de derecha. “Pues mi principal preocupación, asevera, es el modo en que las diferentes teorías conciben la libertad, y creo que el grueso de los sedicentes liberales, el grueso, no todos, conciben la libertad de un modo negativo, como no-interferencia; desde luego, no la atienden a la manera republicana, como no-dominación. Los liberales de izquierda hallaran atractiva la línea republicana, sobre todo porque tiene implicaciones institucionales. Pero creo que la mayoría de ellos tendrán que admitir que la base de partida de esa línea son distintas. Se trata de unas bases que fueron familiares a los representantes de la tradición republicana  admirados por los liberales (como Harrington, Locke, Montesquieu, Madison, entre otros), pero de unas bases generalmente ignoradas en el pensamiento autoconsciente liberal.

Eventual critica de los Historiadores de ideas.

Se adelanta a decir Pettit, que a algunos historiadores de ideas les resultará ingrato el modo como él desenvuelve la tradición republicana, liberal y populista, como posiciones diferentes. Por eso vale la pena introducir alguna matización. Aunque su libro arranca con una noción de libertad de procedencia histórica particular, y aunque tampoco él se priva de resaltar eso en la introducción de su obra, no por eso el libro queda comprometido de modo esencial con las numerosas tesis histórico-intelectuales controvertidas. Tal vez  el republicanismo no merezca el nombre de tradición, por ejemplo, por carecer de la coherencia y la compacidad necesarias para ser tratada de este modo. Tal la preocupación del siglo XVIII por el poder del estado, distinguiendo el poder del estado del de los poderosos, abra un hiato tal, que no resuelve, que no resulte propio llamar tradición a algo que plantea este abismo. O tal vez haya otras razones para subdividir lo que Pettit presenta como una tradición única en distintos periodos o ramas. “Por mi parte, expresa Pettit, no necesito comprometerme en estas cuestiones de detalle”.

“Lo que yo necesito, puntualiza, en forma estricta se reduce a la tesis de que la presentación de la libertad como inmunidad frente al control arbitrario se halla en muchos autores históricos, como algo que se trata de una concepción del ideal a la vez especifica y desafiante, y que merece la pena tenerla en consideración en el debate de la filosofía política contemporánea. Si los historiadores de las ideas hallan errado mi planteamiento, les invito a examinar las alusiones históricas más substantivas, como simplificaciones justificadas solo a modo de ilustración de mis tesis propiamente filosóficas”.

Lo importante y decisivo en el republicanismo.

“Yo pretendo, anticipa Pettit, que populistas y liberales (sean estos de izquierda o de derecha), presten atención al enfoque republicano. La teoría republicana debería resultar seductora para todos sus competidores. La concepción republicana de la libertad debería atraer a liberales de todos los matices, en la medida en que, centrada en la capacidad individual de elección, tiene mucho en común con la noción negativa de libertad como no interferencia. Y debería atraer también a los populistas, en la medida en que exige que el gobierno no dominador, atienda a los intereses y las interpretaciones de la gente corriente”.

El axioma central del pensamiento republicano, reitera Pettit, no es una noción recién ideada, ni es una noción como la justicia y la igualdad, cuyos atractivos dependen de la aceptación de una visión disputada. En sí misma, es lo bastante tradicional y modesta como para reclamar la atención de todo el mundo.  Más aún, añade, la teoría republicana se organiza en torno a un punto tradicional y modesto, extremadamente fértil y exigente en los teoremas que permite inferir sobre las instituciones de gobierno. No tiene nada que ver con el ralo y desalmado tipo de gobierno con el que los liberales de derecha pretenden darse por satisfechos. Y no vienen tampoco en apoyo del poder mayoritario intervencionista (el tipo potencialmente tiránico de poder) que los populistas han de aplaudir.

Nos pone, comenta Pettit, en una posición muy cercana a la abrazada por los liberales de izquierda, pero ofrece una axiomatización alternativa de la mayoría de las intuiciones de éstos. Lo que pasa es que la axiomatización alternativa tiene dos ventajas. Primero, parte de una base que es menos discutible que la base planteada por los liberales de izquierda; les ofrece a éstos, por ejemplo, un suelo en común en el que debatir con sus oponentes derechistas. Y segundo, la axiomatización republicana desarrolla intuiciones, también intuiciones compartidas, de un modo original y específico, y sin embargo, convincente. Así, como se verá con claridad, ofrece un modo atractivo de justificación de los ideales igualitarios y hasta comunitarios. Y viene en apoyo de un modo estimulante de repensar las instituciones democráticas, desplazando la noción de consentimiento a favor de la disputabilidad.



Cronología Histórica

A juicio de Pettit, el surgimiento y la estabilización de la noción republicana de la libertad, así como su eclipse, se produjo con la Revolución Americana. Fue ese tiempo cuando la noción de la libertad como no interferencia, le ganó la batalla a la libertad como no dominación. En aquel contexto, el liberalismo reemplazó al republicanismo como filosofía política dominante. El segundo paso articuló filosóficamente  la noción de la libertad como no-dominación, en contraste con la libertad como no-intervención.

El tercer paso gira en torno a la capacidad de la libertad como no-dominación, al servicio de un ideal orientador para el Estado. Y, finalmente, conviene determinar las conexiones entre la libertad como no-dominación y los valores de ella ligados con la Revolución Francesa, presentado para exponer el carácter igualitario y comunitario de la libertad como no-dominación, demostrando su atractivo como ideal político. Veremos ahora en detalle estos cuatro planteamientos.

En el primer caso, se distingue la libertad positiva de la negativa. En forma sumaria, la cuestión se reduce a estos puntos: 1) No-interferencia, no-dominación: bien para ambos ideales; 2) Interferencia y dominación: mal para ambos ideales; 3) Dominación pero no-interferencia: mal solo para el ideal de no-dominación 4) Interferencia pero no dominación: mal solo para el ideal de no-interferencia.

En el segundo caso, se incluye la libertad como no-dominación y es del mayor interés en la teoría política; en este sentido, hay que identificar los rasgos capitales de la libertad como no-dominación, mostrar que podría significar  este ideal como causa política, e indicar el impacto institucional que tendría la organización de las cosas necesarias para promover el ideal.

En el tercer caso, procede mencionar  la no-dominación como ideal político; en este sentido, la tradición republicana asigna a la libertad como no-dominación  el valor político supremo y abraza el supuesto  de que la justificación de un estado coercitivo y potencialmente dominante, consiste en que promocione este valor: “La libertad es el bien capital de la sociedad civil”.

En el cuarto caso, (libertad, igualdad, comunidad), se examinan: 1) el ideal igualitario; 2) el ideal comunitario: en el enfoque republicano podemos hablar de la liberación o emancipación de una sociedad o de una clase social, o de una casta, pero si reducirnos a una retórica excesivamente colectivista; y 4) cuando los dirigentes de la Revolución Francesa hablaban de libertad, igualdad y fraternidad, no iban más allá del ideal republicano de libertad. De ahí que querer la libertad republicana es querer la igualdad republicana, y realizar la igualdad republicana es realizar la comunidad republicana.

El Estado Republicano

Sobre este tópico, señala Pettit: “He tratado de hallar una nueva filosofía republicana del estado en los proteicos materiales de la vieja tradición premoderna. La república de la tradición se describe con un lenguaje moral cuya procedencia es centenaria, a la que sirven de ejemplo las ciudades italianas septentrionales del Renacimiento, la Commonwealth inglesa del siglo XVII y las colonias británicas en la América del siglo XVIII. Se basa en el supuesto de que los ciudadanos constituyen una clase de propietarios ricos, que están obligados por el honor y la virtud, para reunirse a votar en intervalos regulares. En cuanto al mundo moderno, se trata de las cosas que debe hacer una república para contrarrestar los peligros dimanantes de los distintos niveles del dominium. También deben fijarse los fines del estado republicano, para combatir tales peligros. En su empeño por allanar el camino a la conversación política, lo primero es limitarse a distinciones conceptuales, que nadie pueda rechazar; y lo segundo es ofrecer un medio que habilite a todos los miembros de la sociedad, para ofrecer una articulación satisfactoria de sus agravios y de sus objetivos”.

Es preciso aclarar, puntualiza este autor, la manera en que una filosofía política puede fracasar en su empeño  de hacerse de un lenguaje satisfactorio para el debate. Tomemos el ejemplo de la filosofía liberal clásica,  que hace de la libertad como no-interferencia el único y supremo bien de la política, que fracasa a la hora de proporcionar un medio en que los tangibles agravios de los diferentes grupos pueden ser razonablemente articulados. Consideremos, dice Pettit, el agravio del trabajador, o el de la mujer o el del arrendatario o del deudor, quienes, dominados aún sin sufrir interferencias reales, tienen sin embargo que fingir y adular y mirar con aprehensión a un amo que tiene poder sobre ellos.

La razón por la que el liberalismo clásico fracasa, prosigue este autor, es que el lenguaje de la no-interferencia no alcanza más allá del sector de opinión e intereses del que primordialmente salió. El ideal liberal de ser dejado solamente en paz, en particular por parte del estado, cobró alas en los tempranos días del capitalismo industrial, como ideal para la nueva clase de empresarios y profesionales que buscaban beneficios. En sus albores, el ideal de libertad como no-dominación resultaba atractivo en el mundo antiguo para quienes pretendían ocupar una posición en el extremo opuesto al de la esclavitud. En el siglo XVII ingles atrajo a quienes apreciaban una cultura jurídica que les confería derechos frente al soberano, deseoso de borrar todo espectro de poder absoluto y arbitrario. Atrajo en el siglo XVIII a los americanos como un ideal que expresaba su deseo de aguardar el dictado de un parlamento. Y también atrajo a la Francia revolucionaria, que rechazaba un régimen en el que el capricho del monarca era la ley suprema.

Yo sostengo, dice Pettit, que el lenguaje republicano de la libertad como no-dominación, proporciona un medio que permite articular un buen número de agravios, incluidos los agravios de grupos bien remotos de las comunidades de fundadores. No solo tiene un atractivo fundamental y universal como lenguaje de la libertad, también resulta pertinente para un sinfín de causas muy especificas, particularistas incluso. Al sostener que el republicanismo puede dar audiencia y voz a esa y otras causas, no pretendo afirmar que ser republicano lleve necesariamente a aceptar todas y cada una de las cosas por las que los movimientos en cuestión (ambientalismo, feminismo, socialismo y multiculturismo) han abogado. Al contrario, el republicanismo nos permite, y permite a quienes están en esos movimientos, dar voz a las agrupaciones relevantes. Pero no lo hace de manera acrítica; no lo hace de modo tal, que acabe rehén de esos movimientos. Al construir los agravios y las demandas manifestados, da cuenta específica y distintiva de las causas en cuestión, pero una cuenta que habrá de resultar convincente. Republicanizar las causas significa prestarles validez, pero inevitablemente significa validarlas en el marco de la lógica republicana”


Ambientalismo, feminismo, socialismo y multiculturismo.

1)    Ambientalismo: el ambientalismo radical,  no ofrece por si mismo, un lenguaje de agravios y exigencias que tenga la menor oportunidad de hacerse oír entre quienes están fuera del movimiento verde. El ambientalismo no hará si no presentarse como un movimiento sectario. Si se acepta esta lección, se puede defender la articulación de las preocupaciones ambientalistas en términos republicanos. El estado republicano, pues, que se dedica a promover la libertad como no-dominación, esta obligado a hacer suya la causa ambientalista. El estado republicano podría ser una comunidad política en la que los ambientalistas se hallaran como en su casa.
2)    Feminismo: el ideal de una mujer que no tenga que vivir  disposición del padre o marido, el ideal de una mujer que no tenga que mendigar la venia de estos o ganar su favor, se mantiene a través del último siglo. Cualquiera que se el progreso conseguido por los estados modernos, las mujeres aún tienen que padecer una vulnerabilidad especial en sus hogares, su trabajo y las calles. Y cuando as mujeres procuran individual o colectivamente por la mejora de su situación, a menudo se encuentran con una sociedad hostil. Tales agravios llegaran probablemente a ser audibles en muchos foros filosóficos, pero tienen que halar una resonancia en el auditorio de la política republicana.
3)    Socialismo: cuando esta ideología atacó al capitalismo por su tesis de la esclavitud de los salarios, el republicanismo resultó atractivo al sostener la idea de que los trabajadores no deberían estar expuestos a la posibilidad de esta interferencia arbitraria y que deberían gozar de libertad como no-dominación. El ideal republicano de libertad como no-dominación podría también congeniar con el socialismo. Anda implícito en la critica de esclavitud asalariada; da sentido a las impaciencias socialistas con la doctrina del libre contrato; y viene de apoyo de la creencia socialista en la legitimidad de recurrir a la acción industrial colectiva.
4)    Multiculturismo: la principal queja multicutural es que el estado moderno esta substancialmente organizado en torno a presupuestos ligados a una cultura preponderante: Conduce sus asuntos en el lenguaje de esa cultura; autoriza los hábitos religiosos de esa cultura; proyecta una imagen de vida derivada de esa cultura; funciona como leyes que tienen relación con prácticas de esas culturas; y así sucesivamente. El republicanismo en el estado moderno se orienta a promover la libertad como no-dominación; en consecuencia tiene razones y capacidades para cumplir con las exigencias de los miembros de las culturas minoritarias.

Políticas Republicanas

El republicanismo no es dogmático, ni doctrinario, que llegado e caso, los teóricos políticos deben ceder el paso a los juristas, a los científicos sociales y a otros expertos. Los republicanos están mejor dispuestos que los liberales, para confiar en medidas fiscales. Y son menos escépticos acerca de la deseabilidad del recurso a la intervención estatal.

La republica moderna, como cualquier otra forma de estado, tiene que ocuparse de la defensa frente a enemigos exteriores. La experiencia dice que, en la medida que los estados confían más en sus armas y en sus ejércitos como instrumentos de disuasión, se convierten en rehenes de las presiones y de la lógica militares. Así, mientras a política de defensa lleva a los republicanos a la arena internacional, la política relacionada con la protección de los ciudadanos individuales y con los grupos, les llevan al ámbito de lo interior. La vida pública de una comunidad  es de la mayor importancia para el disfrute de la no-dominación. Uno de los propósitos fundamentales del estado republicano tiene que ser el tratar de promover el tipo de formas de gobierno con control legal y democrático, que se vera enseguida.

Si queremos evitar que el estado republicano cobre una forma dominadora, arbitraria, es preciso garantizar que no se deje el menor margen posible al ejercicio del poder arbitrario. La primera condición es, usando la formula de James Harrington, que el sistema constituya “un imperio de la ley y no de los hombres”; la segunda: que se dispersen los poderes legales entre las diferentes partes; y la tercera: que haga a la ley relativamente resistente a la voluntad de la mayoría. La condición del imperio de la ley tiene que ver con el lugar y el contenido  de las leyes; la condición de dispersión del poder, con el funcionamiento cotidiano de esas leyes; y la condición contramayoritaria, con los modos de alterar legítimamente las leyes.

1)    La condición del imperio de la ley: tiene dos aspectos: a) prescribe que las leyes deberían tener cierto tipo de perfil, conforme a las restricciones descritas por los teóricos contemporáneos  del imperio de la ley; y b) presupone que la primera está ya satisfecha y que todas las leyes introducidas tienen un perfil satisfactorio.
2)    La condición de la dispersión del poder: tiende a disponer de un sistema de gobierno no manipulable y constitucionalista, estando investidos los poderes ejercidos por los funcionarios, de un régimen de derecho que tiene que estar disperso.
3)    La condición contramayoritaria: significa que el sistema satisfaga las condiciones del imperio de la ley, el cual no debe ser manipulado por voluntades arbitrarias. Y eso requiere que el sistema satisfaga las condiciones de imperio de la ley. No deberían ser hechas por el mismo individuo o por el mismo grupo; los poderes y los actos del estado deben estar dispersos entre diversos agentes

Democracia y disputabilidad.

Para promover la libertad como no-dominación, se necesita un sistema de gobierno que satisfaga las condiciones constitucionales establecidas. Se necesita un sistema constitucionalista para promover la libertad, pero las leyes dejarán ciertas decisiones en manos de diferentes individuos y de diferentes grupos. Las autoridades ejercerán un poder arbitrario, si las decisiones que toman pueden fundarse en sus intereses personales o banderizas de las obligaciones que entraña ser legislador, administrador o juez.

La democracia, según se entiende corrientemente, va ligada al consentimiento; está casi exclusivamente vinculada a la elección popular del personal del estado, o al menos, con la elección popular de la legislatura. Pero la democracia puede entenderse también, con un modelo más de disputa y de disenso, que de consenso. De acuerdo a este modelo, un gobierno será democrático, un gobierno representará una forma de poder controlado por el pueblo, en la medida que el pueblo, individual y colectivamente, disfrute de la permanente  posibilidad de disputar las decisiones del gobierno. La democracia es en suma, el autogobierno de un pueblo.

En lo que concierne a la disputabilidad, el republicanismo entiende que las autoridades ejercerán un poder arbitrario, si las decisiones que toman se hallan en posición de dominar a la gente corriente y esta tenga que inclinarse y arrastrarse entre ellas. La idea de disputabilidad nos da una pista, que nos asegure cuestionar las decisiones del poder público. Para los gobernantes, lo que los hace democráticos, es el hecho de que sean capaces de disputar a voluntad esas decisiones y que según el resultado de la disputa, se vean obligadas a alterarlas.

La base de la disputa radica en la república deliberativa. Si queremos que la toma pública de decisiones sea disputable de una manera republicana, si queremos que sea disputable de modo tal que la gente tenga garantías de que se atenderán sus intereses y a sus interpretaciones relevantes, debemos preferir la forma basada en el debate, la cual esta abierta a todos los que consigan argüir plausiblemente, en contra de las decisiones publicas. A esto se denomina republica de razones. El ideal de libertad como no-dominación, y más explícitamente la noción de la democracia deliberativa,  garantiza a los republicanos la forma normativa como funciona la democracia. En este carácter de foro abierto para la disputa, radica la república responsable.



El control de la república.

El republicanismo es una doctrina consecuencialista que asigna al estado y a las autoridades estatales, la tarea de promover la libertad como no-dominación. Surge asi el desafío regulador. El reto consiste en divisar mecanismos merced a los cuales se convierte a la república en un fenómeno sano y estable; una institución apta para sobrevivir a lo natural y culturalmente peor.

La tradición republicana siempre ha sido pesimista respecto de la corruptibilidad de los seres humanos en posiciones de poder, sin menoscabo de su relativo optimismo respecto de la naturaleza humana. Hay dos interpretaciones distintas del significado de este presupuesto: 1) que las personas en el poder son inevitablemente corruptas, es decir, en términos republicanos, esas personas toman inevitablemente decisiones, no atendiendo al bien común, sino a preocupaciones banderizas y particulares. Y 2) que las personas en cargos públicos o de poder, no son inevitablemente corruptas, sino intrínsecamente corruptibles, aunque puedan tomar decisiones efectivamente propias e imparcialmente fundadas.

Asumido que los detentadores del poder son corruptibles, cabe la posibilidad de que la virtud ciudadana desarrolle influencias propias, sin pretender que esas influencias basten por si propias para prevenir la corrupción. Nadie esta a salvo de sucumbir a las tentaciones de un poder sin vigilancia ni restricciones. Para el republicanismo, solo un régimen de controles y contrapoderes, pueden pesar sobre los magistrados, impidiendo que incurran en corrupción.  Las mejores precauciones son las siguientes:

1)    Ocultación de la verdad. Muchos de entre los cumplidores están verosímilmente motivados por el reconocimiento y la confianza cosechados por la probidad de su conducta. Pero esa motivación queda socavada, si las recompensas y los castigos están tan a prueba de villanos, que solo pueda esperarse que su probidad sea entendida como prudencia villana, no como virtud.
2)    Etiquetación: sirve para estigmatizar a la gente; resulta efectiva para que ésta se conduzca según la etiqueta que la ha sido impuesta, e introducir sanciones a prueba de villanos, de manera indiscriminada, pero puede tener el efecto de etiquetar a todas las partes relevantes, incluidos los naturalmente inclinados a cumplir, como desviaciones potenciales.
3)    Dependencia de las sanciones. Aún si los cumplidores siguen cumpliendo en presencia de sanciones a prueba de villanos, su cumplimiento puede hacerse dependiente de las sanciones, puede acabar condicionado a la identificación de premios y castigos adecuados, y así más fácilmente desviable a la primera tentación.
4)    Provocación. Los cumplidores pueden sentirse alienados, subestimados, resentidos, e incluso provocados, a la vista de sanciones que les presentan como partes necesitadas de vigilancia; y esos sentimientos muy probablemente  reducirán su motivación para cumplir.
5)    Cerrar filas. La introducción de sanciones a prueba de villanos, en particular, de castigos, pueden causar en los afectados el desarrollo  de un sentido de solidaridad, de manera que se hagan incapaces de dar la alerta sobre el comportamiento de los colegas. Frente a cualquier amenaza, tenderán a cerrar filas y a desarrollar el hábito de desviar la culpa hacia otros individuos o grupos.
6)    Selección adversa. La notoriedad de las sanciones a prueba de villanos, ya se trate de castigos o de premios, puede traer consigo el que los espontáneamente cumplidores dejen de sentirse atraídos por los cargos públicos; la gente atraída puede acabar siendo aquella que no se ve afectada por la presencia de esas sanciones.

Constitucionalismo y democracia. La república constitucionalista y democrática,  ofrece una imagen de la forma que ha de tener el estado para reducir la presencia de voluntad arbitraria, buena o mala, en el aparato coercitivo del estado. Dichas medidas constitucionales y democráticas, relacionadas con las formas republicanas, requieren el imperio de la ley, las cuales tiene que valer también para quienes las hacen.

Las restricciones de la dispersión del poder exigen que las decisiones legislativas, ejecutivas y judiciales estén en diferentes manos. Esto sirve para aumentar las posibilidades de que las autoridades, corruptibles como son, sigan la senda de la virtud, para que desempeñen sus cargos con la debida consideración al bien público. De este modo, las medidas constitucionalistas mencionadas instituyen mecanismos de estabilización de la república y el proceso democrático descrito tienden también a un efecto semejante.

Un elemento singularmente importante  en la imagen disputatoria de la democracia es un cuerpo legislativo que es deliberativo, no solo en el sentido de basar  sus decisiones en consideraciones de interés común, sino también ene l sentido de componer una cámara de debate incluyente e interactiva. La república ideal entraña una variedad de medidas regulatorias y autoestabilizadoras  para conseguir su estabilización.

El primer principio esta centrado en los cumplidores, según el cual, la criba positiva de los candidatos, actúe también de criba negativa sobre los inaptos. Las posibilidades de criba se dan respecto de acciones e iniciativas, así como respecto de los individuos.

El segundo principio está centrado en los cumplidores, en el sentido que tanto una asamblea legislativa, como los miembros de un gobierno responsable, apunte aun conjunto de ordenamientos que estimulen el respeto y la consideración. Y estos dispositivos movilizadores de respeto y consideración deben resultar reforzados  en una cultura en la que los hechos parlamentarios son objeto de atención pública y atraen la alabanza o la censura a través de la cobertura de los medios de comunicación.

El tercer principio centrado en los cumplidores concierne en la búsqueda de modos verosímiles de frenar y controlar a quienes se hallan en posiciones de poder, a fin de estabilizar a la república ideal en una estrategia centrada en una tercera medida, a saber, establecer el modo de organizar  sanciones escalonadas que puedan resultar necesarias para lidiar con los verdaderamente villanos, es decir, con aquellos que se las arreglan para ocupar posiciones de poder, y una vez en ellas, se inclinan resueltamente por perseguir sus propios objetivos personales o banderizos.

En conclusión, la causa de la libertad republicana, es la causa del constitucionalismo y la democracia. Los teóricos políticos han preferido durante mucho tiempo estas cuestiones, a favor de asuntos mas metafísicos o fundamentales. Prefirieron gastar su tiempo en reflexiones sobre el consentimiento, la naturaleza de la justicia o las bases de la obligación política, antes que en asuntos mundanos de diseño institucional. Han optado por hacer teoría ideal, mas que le tipo de teoría que tiene ago que decir sobre el mejor modo de promover nuestros objetivos en el imperfecto mundo real. Tal distancia respecto del análisis institucional es seguramente compatible con determinadas filosofías políticas, pero resultaría letal para cualquiera que se interesara por la libertad como no-dominación.

La civilización de la república.

Para lograr tan importante propósito, se requieren algunos factores fundamentales. 1) La necesidad de civilidad, que es la primera y más importante de las razones de que una república necesite que sus leyes estén encauzadas en una red de normas, en cuyo contexto la gente disfruta de un mayor grado de no-dominación, en un régimen en que haya normas que sostengan a las leyes republicanas. 2) Asegurar la legitimidad de la ley, línea inspirada en Rosseau, en la cual se realiza el goce de la capacidad de no ser vulnerable a la voluntad ajena. 3) Promover la mano intangible, ligada al mercado de bienes y servicios, y a estructuras mercatiformes que puedan introducirse  en la esfera política. 4) Internalización o identificación, finalmente, mediante los cuales tendemos a pensar de un modo natural en que a civilidad, y en general, la virtud, son cosas de interiorizar valores que fuercen a la gente a extender sus deseos, más allá de sus preocupaciones estrechas y egoístas. La imagen de la civilidad como internalización, representa la fidelidad a las normas cívicas; y la identificación es el vínculo que pone de manifiesto que la civilidad no pasa por una mera negación del yo personal.

Civilidad y Confianza.

Hay razones para creer que la república institucional, necesita fundarse en una civilidad ampliamente difundida. Y es preciso comprender también la conexión entre la civilidad ampliamente difundida y la confianza ampliamente difundida. Un orden jurídico y político decente, solo es posible en una sociedad en la que se den unas grandes dosis de confianza activa y exitosa, y unos grados relativamente intensos de vida cívica.  Esta observación invita a una conexión entre este enfoque y el efectuado por la ciencia social reciente. De ahí proviene la relación entre confianza y vigilancia. Lo que vale para la confianza, vale también para la desconfianza; en particular, para la desconfianza personal. “Yo no veo, dice Pettit, tensión alguna entre la creencia republicana en una urdimbre de civilidad ampliamente difundida y de confianza personal, de un lado; y el énfasis puesto en el mantenimiento de la vigilancia perenne, del otro. La vigilancia implica solo desconfianza expresiva. El consejo republicano es que cualquiera que sea la confianza que el pueblo sienta respecto de las autoridades, tendrá razones tanto mayores para sentirla, cuanto mas insista en que las autoridades pasen por el aro, a fin de probarse virtuosas”.

Confianza y No-Dominación

El republicanismo se ve incomodado por la aceptación de una urdimbre de confianza mutua entre la gente, equivalga a dependencia o vulnerabilidad, y que cualquier complacencia con esa confiada seguridad sea inconsistente con la creencia en el valor de la libertad como no-dominación. El régimen de confianza y de seguridad mutuas al que aspiran los republicanos al buscar una pauta de civilidad ampliamente difundida, es una urdimbre que maximiza las expectativas de libertad como no-dominación. Se erige sobre una infraestructura institucional de leyes y regulaciones republicanas, diseñadas a fin de hacer todo lo posible en este nivel de planificación, para prevenir la dominación. La idea rectora es que las garantías institucionales no pueden hacer más, para combatir la dominación. En última instancia, la república tiene que confiar en garantías de naturaleza menos tangibles, y tal vez menos gratificadora de la imaginación.

Actos de confianza personal.

Si hay algo substancial en los retos que se acaban de analizar, desde luego no es que el valor republicano central se eche a perder por apelar a una urdimbre institucional y cívica que exige un buen tanto de seguridad y confianza, en particular de confianza personal. Buena parte de los bienes supremos de la vida proceden de las declaraciones de confianza personal, como cuando iniciamos, puntualiza Pettit, relaciones de amistad, arriesgándonos en estos actos: mostrando que nos ponemos confiadamente en manos y a merced de otras personas. La libertad republicana  tendería ineluctablemente a parecer menos grande de lo supuesto, si la adhesión a ella resultara inhibitoria de este tipo de declaraciones.

Pero la libertad republicana supone que los actos creativos de confianza personal, son posibles en un contexto y en una sociedad donde todas las partes disfrutan de niveles mas o menos iguales de no-dominación. Pero si no disfrutan todos de esa libertad y de la posición que va con ella, entonces los actos en cuestión no serán eficaces de la misma forma. Si la persona dominante se deja llevar por el impulso de ponerse a merced de la dominada, no se entenderá esto sino como una farsa de condescendencia. Y si la persona dominada es la que se deja llevar por ese impulso, no se entenderá sino como una postura fingida y servil. Solo si las partes pueden mirarse de frente, confiadas en el común disfrute de la libertad como no-dominación, pueden las declaraciones de confianza personal tener el potencial comunicativo y creador que es deseable.

Concluye Pettit: “De manera que la vigilancia republicana  no solo es compatible con un régimen de civilidad y de confianza personal. Y no solo es el objetivo republicano de promover a libertad como no-dominación compatible con fiar en ese régimen los progresos en la realización de ese ideal. Se aprecia así que coherentemente con la aceptación de la teoría republicana de la libertad y del estado, podemos ver el sentido y el valor de que la gente fíe  la construcción de un mundo de relaciones de mutuo apoyo a las declaraciones de confianza personal. No hay nada mezquino ni estrecho en los fines ni en los medios republicanos. El proyecto republicano culmina del modo más natural, en la concepción de una sociedad en que la civilidad y la confianza están ampliamente difundidas”.

Fin