Republicanismo
Una teoría
sobre la libertad y el gobierno (1997).
Resumen
interpretativo.
Presentación
Con este sugestivo
titulo, Philip Pettit, profesor de Teoría Social y Política en la Research School of Social
Science, de la Australian National
University, en Canberra, y de Filosofía en la Columbia University
de Nueva York, publicó en el año 1997 un libro que trata acerca de lo que es el
republicanismo en sí mismo, y en
comparación con otras posiciones, como el liberalismo, el anticolectivismo y el
antiatomismo, todos ellos, grandes temas de debate.
Presentar este breve resumen, del citado libro del profesor
Pettit, para ponerlo a conocimiento de todos, en su parte sustantiva no fue
tarea fácil. Es desde luego, un compromiso ineludible, tratar de acercarse lo
objetivamente posible al pensamiento del autor, a fin de acceder a través de
él, a una moderna interpretación de las grandes tesis políticas y sociales, que
emergían a finales del siglo XX y que hoy siguen desarrollándose.
En el entendimiento que obrando así, se podrá contribuir al
enriquecimiento cultural de todos los ciudadanos se ha elaborado este trabajo.
Resumen de
la Introducción
a la obra citada.
Este autor explica que el
desarrolla una postura critica, en
primer lugar, contra la filosofía social
del colectivismo, porque rechaza la idea
de que los individuos son meros juguetes de fuerzas sociales agregadas, meros números en un juego
de azar histórico, peones en marcha hacia un destino histórico.
En segundo lugar, hace lo
propio en contra de la tesis atomista, porque la noción del individuo solitario
es ilusoria; las personas dependen unas de otras, a través de más de un nexo
causal, incluso para su misma capacidad de pensar; son esencialmente, criaturas
sociales.
Así, ya de entrada, arremete
contra dos posturas, descalificándolas con palabras sencillas, al alcance de
todo público, sea del nivel cultural y académico que fuere.
Pero con todo, el profesor
Pettit profundiza su pensamiento sociopolítico, anticipándose que entre otros
objetivos, su libro intentará establecer “la diferencia entre republicanismo y
liberalismo”, como necesidad impostergable, como se dice corrientemente, para
poner las cosas en su lugar. Y por este camino nos conduce a esta aseveración:
“Yo descubrí el republicanismo
en un trabajo sobre Derecho Penal e ideales políticos, en particular el ideal
de libertad”, en dicha circunstancia
descubrió la diferencia entre republicanismo y liberalismo, mediante un análisis
histórico, político y sociológico.
“Los republicanos
tradicionales, dice Pettit, concibieron la libertad cuando arguyeron que su antónimo,
su opuesto, era la esclavitud y que hay una enorme diferencia entre escaparse
de todo interferencia arbitraria y ser más o menos invulnerable a dicha
interferencia” Este enfoque presenta así
la libertad como no-dominación: como una condición en la cual la persona es más
o menos inmune a las interferencias arbitrarias. En suma, los republicanos
consideran que la esclavitud o la sumisión es un gran mal y que hay que impedir
que una persona quede maniatada a la voluntad arbitraria de otro. Tal fue el
aspecto del republicanismo, desde sus inicios, coincidentes con las
Revoluciones Americana y Francesa.
La tradición republicana no es
intrínsecamente populista ni es tampoco
particularmente comunitaria. La tradición republicana comparte con el
liberalismo el presupuesto de que es
posible organizar un estado y una
sociedad civil viables, sobre bases que trascienden a divisiones de tipos
religiosos y afines. En esa medida, muchos liberales harán suya esa tradición
republicana. Pero en las dos ultimas centurias de su desarrollo, el liberalismo
ha venido siendo asociado con la concepción negativa de la libertad, como
ausencia de interferencia y con el presupuesto de que no hay nada
inherentemente opresivo en el hecho de que algunos tengan poder de dominación
sobre otros, siempre que no ejerzan ese poder ni sea probable que lleguen a
ejercerlo.
Esa relativa indiferencia al
poder o a la dominación ha vuelto al liberalismo tolerante respecto de muchas
relaciones: en el hogar, en el puesto de trabajo, en el electorado y en otros
sitios, que el republicanismo esta obligado a denunciar como perniciosos
ejemplos de dominación y falta de
libertad. Lo que ha venido a significar que si mucho liberales se preocupan de
la pobreza, de la ignorancia, de la inseguridad, etc., lo hacen por lo común,
movidos por compromisos independientes a su relación con la libertad como
no-interferencia. ( por un compromiso con la satisfacción de las
necesidades básicas, o con la realización de una cierta igualdad entre la
gente, pongamos como ejemplo)
El liberalismo.
El liberalismo, según la construcción
de Pettit, es una iglesia muy grande. Pienso que los liberales entienden la
libertad como no-interferencia.
“Yo distingo, dice este autor,
entre liberales a la izquierda del centro, que subrayan la necesidad de hacer
efectivo el valor de la libertad como no-interferencia (algo más que un valor
formal) o que hacen suyos valores como el de la igualdad o el de la eliminación
de la pobreza, añadiéndole el valor de la no-interferencia; y liberales a la
derecha del centro, vale decir,
libertarianos, quienes piensan que basta con garantizar la
no-interferencia, entendida como algo formal, jurídico. Pero no se puede pasar
por ato que muchos liberales de izquierda se sentirían incómodos con esta forma
de encasillarlos. Ellos entienden su liberalismo más cerca de la posición
republicana que de la libertariana; y probablemente estarían dispuestos a
abandonar la taxonomia populismo, republicanismo y liberalismo a favor de una
alternativa taxonómica del estilo
populismo, republicanismo, liberalismo y libertarianismo”.
Para Pettit, esto último tiene
una ventaja, pues mientras la imagen populista del estado representa al pueblo
como amo y al estado como siervo, a imagen republicana pinta al pueblo como
fideicomitente y al estado como fiduciario. Los liberales de izquierda aceptarían
también muy probablemente esa imagen de fideicomitente-fiduciario, y experimentarían
un indudable atractivo de esa taxonomia alternativa, que permita vincular al
libertarianismo como una tercera imagen de la relación entre pueblo y estado.
Quienes se entienden así
mismos como libertarianos, tienden a pensar que el pueblo es un agregado de
individuos atomizados, un agradado sin identidad colectiva, y a presentar al
estado como algo que, idealmente, no debería ser si no un aparato al servicio
de los individuos ocupados en perseguir sus propios y atomizados propósitos. El
modelo no es el del amo y el siervo, ni del fideicomitente y el fiduciario, si
no el de un agregado de individuos y un aparato apto para garantizar la satisfacción individual de aquellos. Para
los amantes de taxonomias que ahonden en varias dimensiones, lo más usual sería
o podría ser, populista, republicano/liberal
y libertario por otra parte.
Presentación de liberalismo
Para Pettit, la mejor presentación
del liberalismo es hacerlo parecer como una gran iglesia que abarca al
liberalismo de izquierda y al de derecha. “Pues mi principal preocupación,
asevera, es el modo en que las diferentes teorías conciben la libertad, y creo
que el grueso de los sedicentes liberales, el grueso, no todos, conciben la
libertad de un modo negativo, como no-interferencia; desde luego, no la
atienden a la manera republicana, como no-dominación. Los liberales de
izquierda hallaran atractiva la línea republicana, sobre todo porque tiene
implicaciones institucionales. Pero creo que la mayoría de ellos tendrán que
admitir que la base de partida de esa línea son distintas. Se trata de unas
bases que fueron familiares a los representantes de la tradición republicana admirados por los liberales (como Harrington,
Locke, Montesquieu, Madison, entre otros), pero de unas bases generalmente
ignoradas en el pensamiento autoconsciente liberal.
Eventual critica de los
Historiadores de ideas.
Se adelanta a decir Pettit,
que a algunos historiadores de ideas les resultará ingrato el modo como él
desenvuelve la tradición republicana, liberal y populista, como posiciones diferentes.
Por eso vale la pena introducir alguna matización. Aunque su libro arranca con
una noción de libertad de procedencia histórica particular, y aunque tampoco él
se priva de resaltar eso en la introducción de su obra, no por eso el libro
queda comprometido de modo esencial con las numerosas tesis histórico-intelectuales
controvertidas. Tal vez el
republicanismo no merezca el nombre de tradición, por ejemplo, por carecer de
la coherencia y la compacidad necesarias para ser tratada de este modo. Tal la
preocupación del siglo XVIII por el poder del estado, distinguiendo el poder
del estado del de los poderosos, abra un hiato tal, que no resuelve, que no
resulte propio llamar tradición a algo que plantea este abismo. O tal vez haya
otras razones para subdividir lo que Pettit presenta como una tradición única
en distintos periodos o ramas. “Por mi parte, expresa Pettit, no necesito
comprometerme en estas cuestiones de detalle”.
“Lo que yo necesito,
puntualiza, en forma estricta se reduce a la tesis de que la presentación de la
libertad como inmunidad frente al control arbitrario se halla en muchos autores
históricos, como algo que se trata de una concepción del ideal a la vez
especifica y desafiante, y que merece la pena tenerla en consideración en el
debate de la filosofía política contemporánea. Si los historiadores de las
ideas hallan errado mi planteamiento, les invito a examinar las alusiones históricas
más substantivas, como simplificaciones justificadas solo a modo de ilustración
de mis tesis propiamente filosóficas”.
Lo importante y decisivo en el
republicanismo.
“Yo pretendo, anticipa Pettit,
que populistas y liberales (sean estos de izquierda o de derecha), presten
atención al enfoque republicano. La teoría republicana debería resultar
seductora para todos sus competidores. La concepción republicana de la libertad
debería atraer a liberales de todos los matices, en la medida en que, centrada
en la capacidad individual de elección, tiene mucho en común con la noción
negativa de libertad como no interferencia. Y debería atraer también a los
populistas, en la medida en que exige que el gobierno no dominador, atienda a
los intereses y las interpretaciones de la gente corriente”.
El axioma central del
pensamiento republicano, reitera Pettit, no es una noción recién ideada, ni es
una noción como la justicia y la igualdad, cuyos atractivos dependen de la
aceptación de una visión disputada. En sí misma, es lo bastante tradicional y
modesta como para reclamar la atención de todo el mundo. Más aún, añade, la teoría republicana se
organiza en torno a un punto tradicional y modesto, extremadamente fértil y
exigente en los teoremas que permite inferir sobre las instituciones de
gobierno. No tiene nada que ver con el ralo y desalmado tipo de gobierno con el
que los liberales de derecha pretenden darse por satisfechos. Y no vienen
tampoco en apoyo del poder mayoritario intervencionista (el tipo potencialmente
tiránico de poder) que los populistas han de aplaudir.
Nos pone, comenta Pettit, en
una posición muy cercana a la abrazada por los liberales de izquierda, pero
ofrece una axiomatización alternativa de la mayoría de las intuiciones de
éstos. Lo que pasa es que la axiomatización alternativa tiene dos ventajas.
Primero, parte de una base que es menos discutible que la base planteada por
los liberales de izquierda; les ofrece a éstos, por ejemplo, un suelo en común
en el que debatir con sus oponentes derechistas. Y segundo, la axiomatización
republicana desarrolla intuiciones, también intuiciones compartidas, de un modo
original y específico, y sin embargo, convincente. Así, como se verá con
claridad, ofrece un modo atractivo de justificación de los ideales igualitarios
y hasta comunitarios. Y viene en apoyo de un modo estimulante de repensar las
instituciones democráticas, desplazando la noción de consentimiento a favor de
la disputabilidad.
Cronología Histórica
A juicio de Pettit, el
surgimiento y la estabilización de la noción republicana de la libertad, así
como su eclipse, se produjo con la Revolución Americana.
Fue ese tiempo cuando la noción de la libertad como no interferencia, le ganó
la batalla a la libertad como no dominación. En aquel contexto, el liberalismo
reemplazó al republicanismo como filosofía política dominante. El segundo paso articuló
filosóficamente la noción de la libertad
como no-dominación, en contraste con la libertad como no-intervención.
El tercer paso gira en torno a
la capacidad de la libertad como no-dominación, al servicio de un ideal
orientador para el Estado. Y, finalmente, conviene determinar las conexiones
entre la libertad como no-dominación y los valores de ella ligados con la Revolución Francesa,
presentado para exponer el carácter igualitario y comunitario de la libertad
como no-dominación, demostrando su atractivo como ideal político. Veremos ahora
en detalle estos cuatro planteamientos.
En el primer caso, se
distingue la libertad positiva de la negativa. En forma sumaria, la cuestión se
reduce a estos puntos: 1) No-interferencia, no-dominación: bien para ambos
ideales; 2) Interferencia y dominación: mal para ambos ideales; 3) Dominación
pero no-interferencia: mal solo para el ideal de no-dominación 4) Interferencia
pero no dominación: mal solo para el ideal de no-interferencia.
En el segundo caso, se incluye
la libertad como no-dominación y es del mayor interés en la teoría política; en
este sentido, hay que identificar los rasgos capitales de la libertad como
no-dominación, mostrar que podría significar
este ideal como causa política, e indicar el impacto institucional que
tendría la organización de las cosas necesarias para promover el ideal.
En el tercer caso, procede
mencionar la no-dominación como ideal político;
en este sentido, la tradición republicana asigna a la libertad como
no-dominación el valor político supremo
y abraza el supuesto de que la
justificación de un estado coercitivo y potencialmente dominante, consiste en
que promocione este valor: “La libertad es el bien capital de la sociedad
civil”.
En el cuarto caso, (libertad,
igualdad, comunidad), se examinan: 1) el ideal igualitario; 2) el ideal
comunitario: en el enfoque republicano podemos hablar de la liberación o
emancipación de una sociedad o de una clase social, o de una casta, pero si
reducirnos a una retórica excesivamente colectivista; y 4) cuando los
dirigentes de la
Revolución Francesa hablaban de libertad, igualdad y
fraternidad, no iban más allá del ideal republicano de libertad. De ahí que
querer la libertad republicana es querer la igualdad republicana, y realizar la
igualdad republicana es realizar la comunidad republicana.
El Estado Republicano
Sobre este tópico, señala
Pettit: “He tratado de hallar una nueva filosofía republicana del estado en los
proteicos materiales de la vieja tradición premoderna. La república de la
tradición se describe con un lenguaje moral cuya procedencia es centenaria, a
la que sirven de ejemplo las ciudades italianas septentrionales del
Renacimiento, la
Commonwealth inglesa del siglo XVII y las colonias británicas
en la América
del siglo XVIII. Se basa en el supuesto de que los ciudadanos constituyen una
clase de propietarios ricos, que están obligados por el honor y la virtud, para
reunirse a votar en intervalos regulares. En cuanto al mundo moderno, se trata
de las cosas que debe hacer una república para contrarrestar los peligros
dimanantes de los distintos niveles del dominium. También deben fijarse los
fines del estado republicano, para combatir tales peligros. En su empeño por
allanar el camino a la conversación política, lo primero es limitarse a
distinciones conceptuales, que nadie pueda rechazar; y lo segundo es ofrecer un
medio que habilite a todos los miembros de la sociedad, para ofrecer una
articulación satisfactoria de sus agravios y de sus objetivos”.
Es preciso aclarar, puntualiza
este autor, la manera en que una filosofía política puede fracasar en su
empeño de hacerse de un lenguaje
satisfactorio para el debate. Tomemos el ejemplo de la filosofía liberal
clásica, que hace de la libertad como
no-interferencia el único y supremo bien de la política, que fracasa a la hora
de proporcionar un medio en que los tangibles agravios de los diferentes grupos
pueden ser razonablemente articulados. Consideremos, dice Pettit, el agravio
del trabajador, o el de la mujer o el del arrendatario o del deudor, quienes,
dominados aún sin sufrir interferencias reales, tienen sin embargo que fingir y
adular y mirar con aprehensión a un amo que tiene poder sobre ellos.
La razón por la que el
liberalismo clásico fracasa, prosigue este autor, es que el lenguaje de la
no-interferencia no alcanza más allá del sector de opinión e intereses del que
primordialmente salió. El ideal liberal de ser dejado solamente en paz, en
particular por parte del estado, cobró alas en los tempranos días del
capitalismo industrial, como ideal para la nueva clase de empresarios y
profesionales que buscaban beneficios. En sus albores, el ideal de libertad
como no-dominación resultaba atractivo en el mundo antiguo para quienes pretendían
ocupar una posición en el extremo opuesto al de la esclavitud. En el siglo XVII
ingles atrajo a quienes apreciaban una cultura jurídica que les confería
derechos frente al soberano, deseoso de borrar todo espectro de poder absoluto
y arbitrario. Atrajo en el siglo XVIII a los americanos como un ideal que
expresaba su deseo de aguardar el dictado de un parlamento. Y también atrajo a la Francia revolucionaria,
que rechazaba un régimen en el que el capricho del monarca era la ley suprema.
Yo sostengo, dice Pettit, que
el lenguaje republicano de la libertad como no-dominación, proporciona un medio
que permite articular un buen número de agravios, incluidos los agravios de
grupos bien remotos de las comunidades de fundadores. No solo tiene un
atractivo fundamental y universal como lenguaje de la libertad, también resulta
pertinente para un sinfín de causas muy especificas, particularistas incluso.
Al sostener que el republicanismo puede dar audiencia y voz a esa y otras
causas, no pretendo afirmar que ser republicano lleve necesariamente a aceptar
todas y cada una de las cosas por las que los movimientos en cuestión
(ambientalismo, feminismo, socialismo y multiculturismo) han abogado. Al
contrario, el republicanismo nos permite, y permite a quienes están en esos
movimientos, dar voz a las agrupaciones relevantes. Pero no lo hace de manera acrítica;
no lo hace de modo tal, que acabe rehén de esos movimientos. Al construir los
agravios y las demandas manifestados, da cuenta específica y distintiva de las
causas en cuestión, pero una cuenta que habrá de resultar convincente.
Republicanizar las causas significa prestarles validez, pero inevitablemente
significa validarlas en el marco de la lógica republicana”
Ambientalismo, feminismo,
socialismo y multiculturismo.
1)
Ambientalismo: el ambientalismo radical, no ofrece por si mismo, un lenguaje de
agravios y exigencias que tenga la menor oportunidad de hacerse oír entre
quienes están fuera del movimiento verde. El ambientalismo no hará si no
presentarse como un movimiento sectario. Si se acepta esta lección, se puede
defender la articulación de las preocupaciones ambientalistas en términos
republicanos. El estado republicano, pues, que se dedica a promover la libertad
como no-dominación, esta obligado a hacer suya la causa ambientalista. El
estado republicano podría ser una comunidad política en la que los
ambientalistas se hallaran como en su casa.
2)
Feminismo: el ideal de una mujer que no tenga que
vivir disposición del padre o marido, el
ideal de una mujer que no tenga que mendigar la venia de estos o ganar su favor,
se mantiene a través del último siglo. Cualquiera que se el progreso conseguido
por los estados modernos, las mujeres aún tienen que padecer una vulnerabilidad
especial en sus hogares, su trabajo y las calles. Y cuando as mujeres procuran
individual o colectivamente por la mejora de su situación, a menudo se
encuentran con una sociedad hostil. Tales agravios llegaran probablemente a ser
audibles en muchos foros filosóficos, pero tienen que halar una resonancia en
el auditorio de la política republicana.
3)
Socialismo: cuando esta ideología atacó al capitalismo
por su tesis de la esclavitud de los salarios, el republicanismo resultó
atractivo al sostener la idea de que los trabajadores no deberían estar
expuestos a la posibilidad de esta interferencia arbitraria y que deberían
gozar de libertad como no-dominación. El ideal republicano de libertad como
no-dominación podría también congeniar con el socialismo. Anda implícito en la
critica de esclavitud asalariada; da sentido a las impaciencias socialistas con
la doctrina del libre contrato; y viene de apoyo de la creencia socialista en
la legitimidad de recurrir a la acción industrial colectiva.
4)
Multiculturismo: la principal queja multicutural es
que el estado moderno esta substancialmente organizado en torno a presupuestos
ligados a una cultura preponderante: Conduce sus asuntos en el lenguaje de esa
cultura; autoriza los hábitos religiosos de esa cultura; proyecta una imagen de
vida derivada de esa cultura; funciona como leyes que tienen relación con
prácticas de esas culturas; y así sucesivamente. El republicanismo en el estado
moderno se orienta a promover la libertad como no-dominación; en consecuencia
tiene razones y capacidades para cumplir con las exigencias de los miembros de
las culturas minoritarias.
Políticas Republicanas
El republicanismo no es
dogmático, ni doctrinario, que llegado e caso, los teóricos políticos deben
ceder el paso a los juristas, a los científicos sociales y a otros expertos.
Los republicanos están mejor dispuestos que los liberales, para confiar en
medidas fiscales. Y son menos escépticos acerca de la deseabilidad del recurso
a la intervención estatal.
La republica moderna, como
cualquier otra forma de estado, tiene que ocuparse de la defensa frente a
enemigos exteriores. La experiencia dice que, en la medida que los estados confían
más en sus armas y en sus ejércitos como instrumentos de disuasión, se
convierten en rehenes de las presiones y de la lógica militares. Así, mientras
a política de defensa lleva a los republicanos a la arena internacional, la
política relacionada con la protección de los ciudadanos individuales y con los
grupos, les llevan al ámbito de lo interior. La vida pública de una
comunidad es de la mayor importancia
para el disfrute de la no-dominación. Uno de los propósitos fundamentales del
estado republicano tiene que ser el tratar de promover el tipo de formas de
gobierno con control legal y democrático, que se vera enseguida.
Si queremos evitar que el
estado republicano cobre una forma dominadora, arbitraria, es preciso
garantizar que no se deje el menor margen posible al ejercicio del poder
arbitrario. La primera condición es, usando la formula de James Harrington, que
el sistema constituya “un imperio de la ley y no de los hombres”; la segunda:
que se dispersen los poderes legales entre las diferentes partes; y la tercera:
que haga a la ley relativamente resistente a la voluntad de la mayoría. La
condición del imperio de la ley tiene que ver con el lugar y el contenido de las leyes; la condición de dispersión del
poder, con el funcionamiento cotidiano de esas leyes; y la condición
contramayoritaria, con los modos de alterar legítimamente las leyes.
1)
La condición del imperio de la ley: tiene dos
aspectos: a) prescribe que las leyes deberían tener cierto tipo de perfil,
conforme a las restricciones descritas por los teóricos contemporáneos del imperio de la ley; y b) presupone que la
primera está ya satisfecha y que todas las leyes introducidas tienen un perfil
satisfactorio.
2)
La condición de la dispersión del poder: tiende a
disponer de un sistema de gobierno no manipulable y constitucionalista, estando
investidos los poderes ejercidos por los funcionarios, de un régimen de derecho
que tiene que estar disperso.
3)
La condición contramayoritaria: significa que el sistema
satisfaga las condiciones del imperio de la ley, el cual no debe ser manipulado
por voluntades arbitrarias. Y eso requiere que el sistema satisfaga las
condiciones de imperio de la ley. No deberían ser hechas por el mismo individuo
o por el mismo grupo; los poderes y los actos del estado deben estar dispersos
entre diversos agentes
Democracia y disputabilidad.
Para promover la libertad como
no-dominación, se necesita un sistema de gobierno que satisfaga las condiciones
constitucionales establecidas. Se necesita un sistema constitucionalista para
promover la libertad, pero las leyes dejarán ciertas decisiones en manos de
diferentes individuos y de diferentes grupos. Las autoridades ejercerán un
poder arbitrario, si las decisiones que toman pueden fundarse en sus intereses
personales o banderizas de las obligaciones que entraña ser legislador,
administrador o juez.
La democracia, según se
entiende corrientemente, va ligada al consentimiento; está casi exclusivamente
vinculada a la elección popular del personal del estado, o al menos, con la
elección popular de la legislatura. Pero la democracia puede entenderse
también, con un modelo más de disputa y de disenso, que de consenso. De acuerdo
a este modelo, un gobierno será democrático, un gobierno representará una forma
de poder controlado por el pueblo, en la medida que el pueblo, individual y
colectivamente, disfrute de la permanente
posibilidad de disputar las decisiones del gobierno. La democracia es en
suma, el autogobierno de un pueblo.
En lo que concierne a la
disputabilidad, el republicanismo entiende que las autoridades ejercerán un
poder arbitrario, si las decisiones que toman se hallan en posición de dominar
a la gente corriente y esta tenga que inclinarse y arrastrarse entre ellas. La
idea de disputabilidad nos da una pista, que nos asegure cuestionar las
decisiones del poder público. Para los gobernantes, lo que los hace
democráticos, es el hecho de que sean capaces de disputar a voluntad esas
decisiones y que según el resultado de la disputa, se vean obligadas a
alterarlas.
La base de la disputa radica
en la república deliberativa. Si queremos que la toma pública de decisiones sea
disputable de una manera republicana, si queremos que sea disputable de modo
tal que la gente tenga garantías de que se atenderán sus intereses y a sus
interpretaciones relevantes, debemos preferir la forma basada en el debate, la
cual esta abierta a todos los que consigan argüir plausiblemente, en contra de
las decisiones publicas. A esto se denomina republica de razones. El ideal de
libertad como no-dominación, y más explícitamente la noción de la democracia
deliberativa, garantiza a los
republicanos la forma normativa como funciona la democracia. En este carácter
de foro abierto para la disputa, radica la república responsable.
El control de la república.
El republicanismo es una
doctrina consecuencialista que asigna al estado y a las autoridades estatales,
la tarea de promover la libertad como no-dominación. Surge asi el desafío
regulador. El reto consiste en divisar mecanismos merced a los cuales se
convierte a la república en un fenómeno sano y estable; una institución apta
para sobrevivir a lo natural y culturalmente peor.
La tradición republicana
siempre ha sido pesimista respecto de la corruptibilidad de los seres humanos
en posiciones de poder, sin menoscabo de su relativo optimismo respecto de la
naturaleza humana. Hay dos interpretaciones distintas del significado de este
presupuesto: 1) que las personas en el poder son inevitablemente corruptas, es
decir, en términos republicanos, esas personas toman inevitablemente
decisiones, no atendiendo al bien común, sino a preocupaciones banderizas y
particulares. Y 2) que las personas en cargos públicos o de poder, no son
inevitablemente corruptas, sino intrínsecamente corruptibles, aunque puedan
tomar decisiones efectivamente propias e imparcialmente fundadas.
Asumido que los detentadores
del poder son corruptibles, cabe la posibilidad de que la virtud ciudadana
desarrolle influencias propias, sin pretender que esas influencias basten por
si propias para prevenir la corrupción. Nadie esta a salvo de sucumbir a las
tentaciones de un poder sin vigilancia ni restricciones. Para el
republicanismo, solo un régimen de controles y contrapoderes, pueden pesar
sobre los magistrados, impidiendo que incurran en corrupción. Las mejores precauciones son las siguientes:
1)
Ocultación de la verdad. Muchos de entre los
cumplidores están verosímilmente motivados por el reconocimiento y la confianza
cosechados por la probidad de su conducta. Pero esa motivación queda socavada,
si las recompensas y los castigos están tan a prueba de villanos, que solo
pueda esperarse que su probidad sea entendida como prudencia villana, no como
virtud.
2)
Etiquetación: sirve para estigmatizar a la gente;
resulta efectiva para que ésta se conduzca según la etiqueta que la ha sido
impuesta, e introducir sanciones a prueba de villanos, de manera
indiscriminada, pero puede tener el efecto de etiquetar a todas las partes
relevantes, incluidos los naturalmente inclinados a cumplir, como desviaciones
potenciales.
3)
Dependencia de las sanciones. Aún si los cumplidores
siguen cumpliendo en presencia de sanciones a prueba de villanos, su
cumplimiento puede hacerse dependiente de las sanciones, puede acabar condicionado
a la identificación de premios y castigos adecuados, y así más fácilmente
desviable a la primera tentación.
4)
Provocación. Los cumplidores pueden sentirse
alienados, subestimados, resentidos, e incluso provocados, a la vista de
sanciones que les presentan como partes necesitadas de vigilancia; y esos
sentimientos muy probablemente reducirán
su motivación para cumplir.
5)
Cerrar filas. La introducción de sanciones a prueba de
villanos, en particular, de castigos, pueden causar en los afectados el
desarrollo de un sentido de solidaridad,
de manera que se hagan incapaces de dar la alerta sobre el comportamiento de
los colegas. Frente a cualquier amenaza, tenderán a cerrar filas y a
desarrollar el hábito de desviar la culpa hacia otros individuos o grupos.
6)
Selección adversa. La notoriedad de las sanciones a
prueba de villanos, ya se trate de castigos o de premios, puede traer consigo
el que los espontáneamente cumplidores dejen de sentirse atraídos por los
cargos públicos; la gente atraída puede acabar siendo aquella que no se ve
afectada por la presencia de esas sanciones.
Constitucionalismo y
democracia. La república constitucionalista y democrática, ofrece una imagen de la forma que ha de tener
el estado para reducir la presencia de voluntad arbitraria, buena o mala, en el
aparato coercitivo del estado. Dichas medidas constitucionales y democráticas,
relacionadas con las formas republicanas, requieren el imperio de la ley, las
cuales tiene que valer también para quienes las hacen.
Las restricciones de la dispersión
del poder exigen que las decisiones legislativas, ejecutivas y judiciales estén
en diferentes manos. Esto sirve para aumentar las posibilidades de que las
autoridades, corruptibles como son, sigan la senda de la virtud, para que
desempeñen sus cargos con la debida consideración al bien público. De este
modo, las medidas constitucionalistas mencionadas instituyen mecanismos de
estabilización de la república y el proceso democrático descrito tienden
también a un efecto semejante.
Un elemento singularmente
importante en la imagen disputatoria de
la democracia es un cuerpo legislativo que es deliberativo, no solo en el
sentido de basar sus decisiones en
consideraciones de interés común, sino también ene l sentido de componer una
cámara de debate incluyente e interactiva. La república ideal entraña una
variedad de medidas regulatorias y autoestabilizadoras para conseguir su estabilización.
El primer principio esta
centrado en los cumplidores, según el cual, la criba positiva de los
candidatos, actúe también de criba negativa sobre los inaptos. Las
posibilidades de criba se dan respecto de acciones e iniciativas, así como
respecto de los individuos.
El segundo principio está
centrado en los cumplidores, en el sentido que tanto una asamblea legislativa,
como los miembros de un gobierno responsable, apunte aun conjunto de
ordenamientos que estimulen el respeto y la consideración. Y estos dispositivos
movilizadores de respeto y consideración deben resultar reforzados en una cultura en la que los hechos parlamentarios
son objeto de atención pública y atraen la alabanza o la censura a través de la
cobertura de los medios de comunicación.
El tercer principio centrado
en los cumplidores concierne en la búsqueda de modos verosímiles de frenar y
controlar a quienes se hallan en posiciones de poder, a fin de estabilizar a la
república ideal en una estrategia centrada en una tercera medida, a saber,
establecer el modo de organizar
sanciones escalonadas que puedan resultar necesarias para lidiar con los
verdaderamente villanos, es decir, con aquellos que se las arreglan para ocupar
posiciones de poder, y una vez en ellas, se inclinan resueltamente por
perseguir sus propios objetivos personales o banderizos.
En conclusión, la causa de la
libertad republicana, es la causa del constitucionalismo y la democracia. Los
teóricos políticos han preferido durante mucho tiempo estas cuestiones, a favor
de asuntos mas metafísicos o fundamentales. Prefirieron gastar su tiempo en
reflexiones sobre el consentimiento, la naturaleza de la justicia o las bases
de la obligación política, antes que en asuntos mundanos de diseño
institucional. Han optado por hacer teoría ideal, mas que le tipo de teoría que
tiene ago que decir sobre el mejor modo de promover nuestros objetivos en el imperfecto
mundo real. Tal distancia respecto del análisis institucional es seguramente
compatible con determinadas filosofías políticas, pero resultaría letal para
cualquiera que se interesara por la libertad como no-dominación.
La civilización de la república.
Para lograr tan importante
propósito, se requieren algunos factores fundamentales. 1) La necesidad de
civilidad, que es la primera y más importante de las razones de que una
república necesite que sus leyes estén encauzadas en una red de normas, en cuyo
contexto la gente disfruta de un mayor grado de no-dominación, en un régimen en
que haya normas que sostengan a las leyes republicanas. 2) Asegurar la
legitimidad de la ley, línea inspirada en Rosseau, en la cual se realiza el
goce de la capacidad de no ser vulnerable a la voluntad ajena. 3) Promover la
mano intangible, ligada al mercado de bienes y servicios, y a estructuras
mercatiformes que puedan introducirse en
la esfera política. 4) Internalización o identificación, finalmente, mediante
los cuales tendemos a pensar de un modo natural en que a civilidad, y en
general, la virtud, son cosas de interiorizar valores que fuercen a la gente a
extender sus deseos, más allá de sus preocupaciones estrechas y egoístas. La
imagen de la civilidad como internalización, representa la fidelidad a las
normas cívicas; y la identificación es el vínculo que pone de manifiesto que la
civilidad no pasa por una mera negación del yo personal.
Civilidad y Confianza.
Hay razones para creer que la
república institucional, necesita fundarse en una civilidad ampliamente
difundida. Y es preciso comprender también la conexión entre la civilidad
ampliamente difundida y la confianza ampliamente difundida. Un orden jurídico y
político decente, solo es posible en una sociedad en la que se den unas grandes
dosis de confianza activa y exitosa, y unos grados relativamente intensos de
vida cívica. Esta observación invita a
una conexión entre este enfoque y el efectuado por la ciencia social reciente.
De ahí proviene la relación entre confianza y vigilancia. Lo que vale para la
confianza, vale también para la desconfianza; en particular, para la
desconfianza personal. “Yo no veo, dice Pettit, tensión alguna entre la
creencia republicana en una urdimbre de civilidad ampliamente difundida y de
confianza personal, de un lado; y el énfasis puesto en el mantenimiento de la
vigilancia perenne, del otro. La vigilancia implica solo desconfianza
expresiva. El consejo republicano es que cualquiera que sea la confianza que el
pueblo sienta respecto de las autoridades, tendrá razones tanto mayores para
sentirla, cuanto mas insista en que las autoridades pasen por el aro, a fin de
probarse virtuosas”.
Confianza y No-Dominación
El republicanismo se ve
incomodado por la aceptación de una urdimbre de confianza mutua entre la gente,
equivalga a dependencia o vulnerabilidad, y que cualquier complacencia con esa
confiada seguridad sea inconsistente con la creencia en el valor de la libertad
como no-dominación. El régimen de confianza y de seguridad mutuas al que
aspiran los republicanos al buscar una pauta de civilidad ampliamente
difundida, es una urdimbre que maximiza las expectativas de libertad como
no-dominación. Se erige sobre una infraestructura institucional de leyes y
regulaciones republicanas, diseñadas a fin de hacer todo lo posible en este
nivel de planificación, para prevenir la dominación. La idea rectora es que las
garantías institucionales no pueden hacer más, para combatir la dominación. En
última instancia, la república tiene que confiar en garantías de naturaleza
menos tangibles, y tal vez menos gratificadora de la imaginación.
Actos de confianza personal.
Si hay algo substancial en los
retos que se acaban de analizar, desde luego no es que el valor republicano
central se eche a perder por apelar a una urdimbre institucional y cívica que
exige un buen tanto de seguridad y confianza, en particular de confianza
personal. Buena parte de los bienes supremos de la vida proceden de las
declaraciones de confianza personal, como cuando iniciamos, puntualiza Pettit,
relaciones de amistad, arriesgándonos en estos actos: mostrando que nos ponemos
confiadamente en manos y a merced de otras personas. La libertad
republicana tendería ineluctablemente a
parecer menos grande de lo supuesto, si la adhesión a ella resultara
inhibitoria de este tipo de declaraciones.
Pero la libertad republicana
supone que los actos creativos de confianza personal, son posibles en un
contexto y en una sociedad donde todas las partes disfrutan de niveles mas o
menos iguales de no-dominación. Pero si no disfrutan todos de esa libertad y de
la posición que va con ella, entonces los actos en cuestión no serán eficaces
de la misma forma. Si la persona dominante se deja llevar por el impulso de
ponerse a merced de la dominada, no se entenderá esto sino como una farsa de
condescendencia. Y si la persona dominada es la que se deja llevar por ese
impulso, no se entenderá sino como una postura fingida y servil. Solo si las
partes pueden mirarse de frente, confiadas en el común disfrute de la libertad
como no-dominación, pueden las declaraciones de confianza personal tener el
potencial comunicativo y creador que es deseable.
Concluye Pettit: “De manera
que la vigilancia republicana no solo es
compatible con un régimen de civilidad y de confianza personal. Y no solo es el
objetivo republicano de promover a libertad como no-dominación compatible con
fiar en ese régimen los progresos en la realización de ese ideal. Se aprecia
así que coherentemente con la aceptación de la teoría republicana de la
libertad y del estado, podemos ver el sentido y el valor de que la gente
fíe la construcción de un mundo de
relaciones de mutuo apoyo a las declaraciones de confianza personal. No hay
nada mezquino ni estrecho en los fines ni en los medios republicanos. El
proyecto republicano culmina del modo más natural, en la concepción de una
sociedad en que la civilidad y la confianza están ampliamente difundidas”.
Fin
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