El termino
modernidad proviene de la palabra latina modo que se usa para aludir a lo
reciente, a lo que está ocurriendo o acaba recién de ocurrir. Lo moderno, es lo
actual. Sin embargo, desde la disciplina histórica se la considera como la
historia occidental que tiene su origen desde el renacimiento hasta el siglo
20.
Los rasgos
culturales que les son atribuidos y nos interesa al efecto del presente artículo
son:
Por una
parte, una total visión secularista que pretende o procura excluir de la
actividad pública o colectiva a la religión, relegándola al ámbito de lo
privado y particular.
Por otra,
el cambio de concepción de la razón humana que existiera en la edad media,
entendida como un instrumento metafísico y revelador de la creación y su
esencia, algo lento rodeado de vicisitudes, a la razón en algo instrumental a
favor del hombre y su provecho de la naturaleza para bienestar propio. De esta
manera renace la ciencia y la técnica.
Estos
factores resultaron en la “exclusión de la religión del ámbito de lo público
para traducirse, en términos políticos, en que aquello que se había esperado de
la religión, es decir, la felicidad humana en –otro mundo-, comenzó a esperarse
de la política y, en concreto, del Estado, en este mundo”
“La razón
instrumental, aplicada a la política, fue entendida como la facultad capaz de
organizar, de un modo técnicamente satisfactorio, el ámbito de la cosa
pública”.
Quedaba
así, a cargo de la razón, la creación de un paraíso terrenal conocido luego
como estado de bienestar o welfare state.
Uno de los
derechos que más se proclamó en la modernidad fue el de participar en la toma
de decisiones comunes, y ésta terminó por constituirse en un problema para la
técnica política según Merino, que luego pasa a exponer sobre la tendencia
política de la época:
“Para
comprender acertadamente esto, es indispensable referirse aquí a la idea
liberal de que la cosa pública debe organizarse de modo análogo a como lo hace
la actividad económica privada –arquetipo o modelo de toda actividad social en
el liberalismo-: ésta reposa siempre, en último término, en la libre decisión
de la voluntad individual. Así, por ejemplo, una sociedad comercial no tiene
sobre sus socios más derechos que los que estos, libremente, le han otorgado en
el contrato social que le sirve de base. Pues bien, el liberalismo postula, del
mismo modo, que en el ámbito político la sociedad no tiene sobre el individuo más
derechos que los que éste le otorga en el contrato o pacto social. Aunque la
existencia de tal pacto en el tiempo resulte ser más teórica que históricamente
demostrable, dicho pacto exige que los individuos concurran a la toma de
decisiones, tal como lo harían en una sociedad comercial como la mencionada.
Supuesto el inconveniente de tal participación en sociedades numerosas, como
las modernas, la técnica política terminó por diseñar y perfeccionar
notablemente la teoría de la representación política. Según ésta, la voluntad
de los individuos, que no pueden concurrir todos a la toma de decisiones públicas,
es delegada a determinados representantes que, en nombre de todos, pueden
cómodamente reunirse para tomarlas. De este modo, se ´´salva´´ la teoría de que
ninguna decisión obliga a quien no haya concurrido con su voluntad a tomarla y,
al mismo tiempo, se hace practicable la toma de decisiones en sociedades
numerosas.”
Considerando
lo anteriormente expuesto enlazamos a la post-modernidad, “que, para algunos
autores, es un periodo histórico que parte del reconocimiento de las difíciles
crisis que produjo la modernidad en Europa. Sin embargo, no queriendo renunciar
a la validez de aquellos principios que están en la base de la modernidad (de
los cuales hemos mencionado el secularismo y la instrumentalización de la
razón), la post modernidad estaría procurando, por el contrario, profundizar en
ellos a fin de solucionar los problemas detectados. Es decir, estaría optando
por la opción de ´´más de los mismo´´ a fin de superar la crisis, en lugar de
variar el diagnóstico y el tratamiento. Así, se insiste en una concepción
radicalmente de la vida, en la exaltación de libertades y derechos humanos
prácticamente sin límites mientras se silencia todo lo relativo a deberes del
hombre; en la decisión de la voluntad humana como fundamento de toda ética, con
la consiguiente profundización del relativismo ético; en la desaparición total
de toda dimensión trascendente de la vida, que trae como consecuencia, de modo
paradojal, la disminución del valor de la misma y, por ende, de la persona humana.”
Uno de los
grandes errores de la modernidad y su continuidad con el nombre de
post-modernidad sería entonces el insistir con formulas ya probadamente
fallidas y principalmente con el planteamiento del liberalismo de manejar lo
público como una empresa privada.
Muchos
autores reniegan de reconocer en ese contexto a una post-modernidad debido a su
similitud con la modernidad, cuya única diferencia es la amplitud e intensidad
de los postulados que comparten. Aquellos autores prefieren conceptuar post-modernidad
(describiendo lo que realmente está sucediendo en occidente) a una nueva forma
de cultura o a una refundación de la cultura que, en varios aspectos, vuelve a
retomar ideas desplazadas por la cultura moderna. Sobre el punto, Augusto
Merino nos dice:
“En primer
lugar, los individuos han comenzado a percatarse de que la felicidad que se pedía
a la política y al Estado, no llegó nunca. Por el contrario, a pesar de la
opulencia de bienes económicos de que ha gozado el mundo occidental durante el
siglo 20, las guerras, los odios, las divisiones e innumerables otras causas de
infelicidad, lejos de haber desaparecido, no parecen sino haber aumentado. De
aquí se ha derivado un desencanto con la política, un verdadero desengaño:
tanto se esperaba de ella, y tanto prometió sin cumplir, que ya no se cree más
en ella. De ella solo se ve el lado oscuro: la mediocridad de los políticos, la
corrupción, el deseo de medrar más que de servir al bien común etc.
Este desengaño
ha motivado, especialmente a vastos sectores de la juventud, a poner sus
esperanzas nuevamente en ámbitos de la vida social preteridos por la
modernidad. En particular, pensamos en el surgimiento de una nueva y heterogénea
religiosidad, la mayor parte de las veces no cristiana sino pagana en su contenido
y formas, que se expresa en la aparición de innumerables colectividades. O sea,
nuevamente es de la religión –o espiritualidad- que se aguarda la felicidad.
Mientras, numerosas de dichas colectividades fomentan un apartamiento del
mundo, es decir, un desinteresarse de las cosas de la vida pública, de la
política. Los ´´refugios psicológicos´´ que ellas crean, desde los cuales se
denigra lo que ocurre en política, contribuyen sin duda al desinterés de sus
miembros respecto de esta”
“En segundo
lugar, la idea de la representación política era la fórmula ideal para
conciliar el respeto de la voluntad individual de los ciudadanos con un
funcionamiento técnicamente óptimo de las instituciones públicas, ha resultado
igualmente frustrante. Los ciudadanos particulares no se sienten representados
por los temas que interesan a los políticos que opinan por ellos, no vibran con
las discusiones de los parlamentos, o sienten derechamente que estos últimos,
lejos de beneficiar a la colectividad, la perjudican. En consecuencia, han
comenzado a exigir, más que representación, participación en los asuntos que
les conciernen. En la participación ven la única forma de asegurarse que las
decisiones tomadas sean acordes con sus verdaderos intereses
De ahí el
surgimiento, al margen de las estructuras oficiales de representación, de
innumerables movimientos sociales de la más variada especie con el fin de
defender posturas o propugnar intereses de los ciudadanos. Entre ellos abundan
los movimientos feministas, los ecologistas, los defensores de minorías étnicas
o religiosas y aun de causas específicas y transitorias, como la protección de
un determinado poblado frente a la ´´picota del progreso´´.
Esta nueva
forma de cultura se caracteriza también por una revalorización de la mujer en
la sociedad, una reformulación de la ética y de la estructura organizativa de
la empresa, un nuevo aprecio por lo nacional, lo regional y aun lo local que desafía
la homogeneización de enormes espacios propia de la modernidad, una renovada
defensa de la paz, una reaceptación de criterios objetivos para juzgar la
moralidad, una ´´nueva sensibilidad´´ propia del post-modernismo que vivimos,
como lo denomina un autor de esta corriente.
Leandro Prieto Ruiz.
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