En el día del cumpleaños de Leandro Prieto
Yegros, lo recordamos publicando un escrito obsequiado por su hermana Margarita
Prieto Yegros un 31 de mayo de 1986, en el cual recuerdan a su madre
Concepción.
CONCHI
A mamá, última de los nueve hijos de Bartolomé
Yegros y Eduvigis Yedro, sus familiares le apodaban Nena; papá le llamaba
Nenucha.
Su nombre de pila Pura Limpia Concepción se
redujo con el uso a Concepción y por eso, nosotros sus hijos le llamábamos
afectuosamente Conchi
Ahora que ella ya no está, pronunciar su nombre
me produce indescriptibles sensaciones y sentimientos de amor, complacencia,
gratitud y admiración.
La evoco caminando conmigo, desde nuestra casa
a la iglesia, donde a menudo iba a cantar, en los casamientos, el Ave María de
Gounod. Yo asistía arrobada a sus ensayos e interpretaciones sentada en algún
sitio del coro. Cantaba ella como un ruiseñor y, su alcance de las notas altas
significaba para mí el sumum del arte.
También cantaba en casa lavando ropas,
ordenando las piezas o trajinando en la cocina. Cantaba tangos, boleros,
canciones de zarzuelas y operetas. Siempre alegre parecía que nada le
contrariaba; sin embargo, en esa época la vida de un ama de casa no era fácil;
se cocinaba a leña o carbón; en las noches nos alumbrábamos con lámparas a kerosén;
no había agua corriente y tanto el lavado como el planchado de ropas eran
actividades fatigantes.
Cuando regresábamos de la escuela se adelantaba
a recibirnos con besos, abrazos y ponderaciones que nos hacían sentir
importantes y muy amados.
A menudo estaba contando a sus amigas algo
simpático y sus sonoras carcajadas invitaban a reír.
No era muy hábil en la cocina; con frecuencia
se le quemaban los dulces y las tortas, pero, ella no se desanimaba y ensayaba
nuevas recetas. Todo lo que nos ofrecía era apetecible, tal vez, por el cariño
con el que lo preparaba. Recuerdo con deleite las batatas que asaba al rescoldo
y nos servía con leche.
Su incomparable carácter nos ayudó a soportar
el impacto de la Revolución Civil del 47, en nuestras vidas. Cuando la
situación empeoró nos enseñó a ser cautelosos y por su parte aprendió a
disparar una pistola. Decía: - Nadie tocará a mis hijos sin que yo le dispare
con mi 38 largo.
Y. . . siguió cantando, cantando y, ayudándonos
a no abrumarnos con los horroríficos relatos de la revolución fratricida.
Tenía la rara cualidad de atenuar las tristezas
y dolores y, de disfrutar plenamente los momentos felices.
Cuando, Leandro Prieto, su esposo, fue nombrado
Intendente Municipal de Asunción y después Ministro del Poder Ejecutivo Conchi
paladeó su triunfo y lo apoyó en sus actividades políticas. Atendía sin reparos
a los campesinos que llegaban a casa a horas y deshoras.
Y. . . cómo describir su actitud en las adversas
horas del destierro político? Multiplicó su fortaleza y se ingenió para
administrar los menguados ingresos familiares repitiendo a menudo: ¡Benditos
sean los trastornos! Todo es gracia de Dios.
Y no dejó de cantar. Aprendió nuevas canciones
y siguió llenando la casa de sus trinos.
Y, ni la viudez después, ni enfermedades y
dificultades insólitas consiguieron desmoronar su optimismo. Hasta de su
sepelio solía hablar como una fiesta de flores y amigos.
Y, así se fue, colmada de flores y rodeada de
una multitud de amigos.
Yo, cada vez que escucho las canciones que ella
cantaba la siento a mi lado, feliz y amorosa, cantando, cantando. . .
Macua Pasticho
31/05/1986
Buenisimo, bravo!!
ResponderEliminarMe encantó, me hizo revivir algunos momentos de mi niñez. Gracias por esta bella historia.