Batalla de
Rubio Ñu. (Acosta Ñu)
Luego de arribar sin tropiezo a Caraguatay el último soldado
de la larga columna del Mariscal, los dos cuerpos de ejército de la alianza
comienzan a buscarse, dejando medio envuelto a Bernardino Caballero con su
división de 3000 efectivos, casi todos niños y adolescentes. Suponiendo el enemigo
que López se halla encerrado, apuran los pasos lo cual obliga al general
paraguayo (Bernardino Caballero)a presentar batalla en campo abierto cuando va
cruzando por un lugar denominado Rubio Ñu, Díaz Cue o Acosta Ñu. En ese momento
elige la mejor posición posible, el paso del arroyo Yukyry, punto todavía
bastante lejano. Por eso encomienda a los veteranos del 6° batallón entretener
al enemigo mientras el con los niños y jóvenes se dirigen al lugar señalado. El
comandante Bernardo Franco mientras tanto cumple tales ordenes y detiene a los
brasileros pero a costa de su propia vida y de casi todo el batallón.
Gracias a ello, Caballero emplaza su artillería y despliega
su tropa en el paso del arroyo cuando ya recibe el primer asalto de la
vanguardia enemiga. Cedemos la palabra a Oleary porque es la propia de
Caballero: “Desde ese momento, los
ataques se suceden sosteniéndose los paraguayos con una bravura admirable”.
“Aquellos niños sublimes pelean con tal denuedo que los batallones quedan
acobardados después de cada avance”.
Pero las municiones se agotan y cada enemigo que cae es
repuesto en el acto por otro, mientras del lado opuesto no hay reposición. Son
casi seis horas de lucha. Entonces Caballero, aprovechando el desconcierto
causado, decide buscar las selvas de Caraguatay para guarecer a sus diezmadas
tropas. Cruza el arroyo Piribebuy y nuevamente allí defiende su paso. Prosigue
Oleary: “Aquí vuelve a renovarse la lucha
con la misma ferocidad, resistiendo siempre los paraguayos a los múltiples y
sucesivos ataques del invasor”. Prosigue el combate, pero de pronto se
percibe un temblor que va creciendo y creciendo en intensidad como si se
tratara de un terremoto o una tempestad. Sigue Oleary: “Es la caballería de Camara que llega a toda carrera, precediendo al
segundo cuerpo imperial”. Aun así le enfrentan los niños dirigidos por los
tenientes José Aquino y De la Cruz Melgarejo,
bajo el comando del capitán Blas Fleytas pero se trata de la última
resistencia. Son más de 8 horas de combate. A partir de ese momento los niños
son exterminados por los cuerpos que llegan en oleadas, mientras Caballero, al
ver todo perdido, con cuatro o cinco compañeros se interna en la selva para
encontrarse con la otra sección de su división que logró evitar a tiempo el
envolvimiento y no participó de la lucha. Son casi doce horas de batalla. (Versión
de Bernardino Caballero recogida por Oleary).
Quedan en el campo 87 carretas con bueyes, armamentos,
municiones y banderas, 1800 paraguayos muertos y 1600 prisioneros tomados ya
sin municiones y sin otras armas con que defenderse, entre estos, el coronel Florentín
Oviedo, segundo de Caballero. (Francisco I. Resquin, obra citada).
Los brasileros creyeron que se trataba de una gran fuerza y
buscaban los datos de los efectivos paraguayos comprometidos en la lucha. Fue
interrogado el coronel Florentín Oviedo por el general brasilero Preda:
-
Cuantos fueron los combatientes paraguayos?
-
No sé, señor. Pero si usted quiere cerciorarse de la
verdad, puede ir al campo de batalla y contar los cadáveres de los paraguayos,
y agregar el número que resulte de los prisioneros que están presentes y tendrá
el total.
Pedra abre los ojos y lo mira profundamente asombrado al
jefe paraguayo sin proferir un sonido, lo cual es imitado por sus subordinados.
Reina por unos segundos un espontáneo recogimiento. Tan fuerte y a la vez
sentida resulta la respuesta que inmediatamente ordena que lo atiendan
deferentemente a Oviedo, un valiente con mayúsculas rendido solamente por
romper su espada, carecer de armas y municiones. Pedra es de los contados
generales que han hecho honor a su condición de pundoroso soldado. Así procedió
en Piribebuy con otros prisioneros.
Entre tanto, parte Caballero con el resto de su tropa que
son tan solo 2320 hombres de los originales 5500 que salieron de Azcurra, mas
los 1200 efectivos todavía apostados y esperando en las trincheras de Caaguy
Yuru, el Boquerón protector del monte de la entrada a Caraguatay.
(Texto extraído del libro
“Bernardino Caballero. El autentico” del Dr. Osvaldo Bergonzi)
El maestro
Medina y su escuelita.
Atraído por el nombre de
Villarrica del Espíritu Santo, llegó a esa población, a mediados de 1854,
Clemente Medina, súbdito español de profesión docente. Le fascinó el lugar,
enmarcado por cerros y arroyos y, entonces, decidió quedarse en el distrito de
Mbocayaty, a orillas del arroyo Bobo, en un ligar llamado Pirity.
El maestro Medina era un
hombre corpulento, blanco, y de mirada vivaz. A su voz bien entonada le
acompañaban pulidos modales, que muy pronto le permitieron ganar la simpatía y
confianza de sus vecinos. Éstos, organizados en “minga”, se turnaron para
ayudarle a construir su rancho “culata llovía”, con una habitación más amplia
que la otra, a fin de destinarla a una escuela.
-
Ahora construiremos un plinto y levantaremos un mástil
para la bandera- dijo el maestro.
Cuando concluyó la
construcción se aseó todo el edificio y se lo adornó con guirnaldas de flores
silvestres y banderines de papel. Entonces vino el Cura Párroco a bendecir la
inauguración, tras la cual todo el vecindario disfrutó de un “karú-guasú”
(banquete) y de un alegre “jeroky” (baile).
Muy pronto la localidad se
hizo famosa porque todos sus habitantes sabían leer y escribir. Por la mañana asistían
a clase las niñas; por la tarde llegaban los varones.
Clemente Medina, como
“maestro único” hacía las veces de director y atendía todos los grados. Entre
los conocimientos útiles los varones aprendieron a cultivar hortalizas y
plantas cítricas en el patio de sus casas. Con el paso del tiempo relucieron
los liños de limoneros, naranjos y mandarinos tal como antes lo reglamentaba el
Dictador Francia.
A su vez, las niñas se
dedicaron a la cría de aves de corral, y también endulzaron el vecindario con
la elaboración de “koserevá”, dulce de naranjas hecho con miel de caña de azúcar.
Como parte de las
lecciones de patriotismo, diariamente se izaba la bandera y se cantaba el Himno
Paraguayo.
Izar el Pabellón patrio
era un honor que el maestro Medina confiaba, alternadamente, a los alumnos que
se distinguían por su buena conducta.
Los días pasaban felices,
sin más cambios que los de la temperatura, hasta que en la primera semana del
mes de agosto del año 1869 llegó a la escuelita un alférez a caballo. Traía
para el maestro Medina la citación de
presentarse con sus alumnos al campamento Azcurra. Desde entonces la
escuelita quedó abandonada porque
a excepción de Dolores, niña de 14 años, hija del maestro, todos murieron en la
batalla de Acosta Ñu, encerrados en un crepitante círculo de fuego. Lo último en
quemarse fue la Bandera Tricolor
que al caer de las manos del niño abanderado le sirvió de sudario.
-
A esa tragedia sobrevivió mi abuela Dolores Medina,
quien desde el Cerro de la
Gloria, vio con las Mujeres Residentas, lo que sucedía en el
valle. Y como ella me contó yo les cuento- dijo el Dr. Raimundo Paniagua, al
conversar con sus vecinos barrereños.
Margarita Prieto Yegros
Así se veían los pocos sobrevivientes de aquella batalla, si no son los únicos, ya que los brasileros quemaron el pastizal del campo de batalla, donde murieron incinerados los heridos junto con sus madres y/o parientes que acudían a rescatarlos.
Estas fotos fueron extraídas del libro "Soldados de la memoria" de Miguel Angel Cuarterolo, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C., PRIMERA EDICIÓN
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